Una de las cosas que quedaron patentes tras escribir hace poco el artículo referido a la comida de los 80 es que, si dentro de ese género había un universo, ese era el de los postres. Tal vez junto a las golosinas, o las “shushes” que diría aquel. Elementos bien triunfantes en una época en que la higiene dental en España —con permiso de Julio Iglesias— no tenía la misma relevancia que en la actualidad, de modo que posiblemente unos cuantos dentistas les deben la educación universitaria de su prole. Dejando de lado el universo gominolero, por su extrañeza y variantes sorprendentes el de los postres podría ser para muchos el “Finis Africae” del laberinto gastronómico ochentero. Si sabes lo que es el latinajo que acabo de soltar y si lo relacionas con las teclas “Q” y “R”, te diría varias cosas, entre ellas que mucho cuidado con el coronavirus y que seguramente te hayas zampado por lo menos una vez cada una de las delicatessen que vamos a presentar aquí. Repasaremos el “Pijama”, el “Brazo gitano”, las manzanas asadas, el “Banana Split” y el helado de tres sabores.
EL PIJAMA:
Uno de esos nombres que ya de peques nos hacía partirnos de risa. Cuando mis padres me hacían ponerme el pijama, mejor no andarse con bromas, porque era la hora en la que me tocaba meterme en “el cine de las sábanas blancas” —como a veces llamábamos a la cama— ya que ellos se iban a poner a ver “Alien” o “La matanza de Texas”. Y bien que hacían, porque con lo miedica que era su hijo, con solo haber oído una escena de esas películas me hubiera supuesto el insomnio (y por tanto también el suyo por mis berreos) durante semanas. A veces incluso, como con la peli del simpático octavo pasajero, me bastaba escuchar a algún otro niño de lo que iba para no pegar ojo. En cualquier caso, lo de la terminología de prendas de ropa para comida siempre era muy divertido y aquí daba como para pensar en bolas de helado con pantalones de nubecitas. En realidad, la historia de su origen en su versión más extendida nos cuenta que en los años 50 varios soldados estadounidenses de la VI Flota acabaron en un establecimiento barcelonés en el que no se les ocurrió otra cosa que pedir un Pêche Melba, nombre francés referido a un plato creado a finales del siglo XIX para la cantante de ópera Nellie Melba. El Lost in Translation posterior llevó a que de lo que pidió la Castafio… digo la Melba, que fueron “melocotones cocidos sobre un lecho de helado de vainilla en un timbal de plata encajado entre las alas de un cisne esculpido en un bloque de hielo y recubierto de azúcar glasé” (1) se convirtiera, mediante el buen hacer de unos cuantos soldados estadounidenses ¿borrachos? y un seguramente atónito hostelero español, en un “Pijama”, es decir un cacho melocotón y otro de piña en almíbar acompañando a alguna bola de helado, todo ello hermanado en el plato con un buen chorretón de nata. Fantasía pura que triunfó especialmente en bares de los ochenta, sin olvidarnos de bodas, comuniones y bautizos.
Como derivada del Pijama, me gustaría hacer una referencia al “Postre de la casa”, sobre el que me puso en la pista el usuario “ElPerrodelosCinco” (gracias), quien en los comentarios en Meneame al enlace del anterior artículo dijo: “Poco se habla del “postre de la casa”, que era un plato donde cabía un flan, una bola de helado, un melocotón en almíbar, nata montada, un trozo de contessa, un canuto de barquillo… el límite era el cielo. La talla de un restaurante se medía por la generosidad de su postre de la casa”. Efectivamente, Pijama y postre de la casa parecen ser el resultado “barístico” del intento de salir del paso con lo que se tiene a mano ante situaciones desesperadas. Y eso es como la tabla de críticos del “Rolemaster”: la muerte atroz o el éxito fulgurante están separados tan solo por un par de números.
-DM: Mientras estás ahí dale que te pego al trapo limpiando los vasos, entran en tu local cuatro marines y te dicen “jelou sinior, Güi güan a pichmilba”.
–PJ: Ay Dios…
EL “BRAZO GITANO”
Uno de esos nombres que también me maravillaba de peque y que estaba muy presente en mi imaginario desde entonces, puesto que mi abuela lo hacía con una receta riquísima que yo sigo empleando. De nuevo hay múltiples historias sobre su versión hispánica, y en uno de los artículos que enlazamos se señalan las tres más extendidas: una deformación del nombre “brazo egipciano” con monje del Bierzo incluido (bravo); que el color en sus versiones más extendidas sería semejante, pues eso, al brazo de un gitano (válgame Dios de decir algo al respecto); y que con cortes de bizcocho sobrante de su trabajo los pasteleros recompensarían antaño a los caldereros, muchos de ellos gitanos, por sus ventas y reparaciones. Los primeros al ver esto, incluso prepararían bizcochos en forma circular para que el transporte les resultara a los otros más cómodo. A saber, aunque lo que está claro es que este riquísimo postre entra, como “La teta de Santa Agueda”, en la categoría de esos nombres gastronómicos que dan un poco de cosa decir ahora. Menos mal que a nadie se le ocurrió acompañarlos con “pañuelos de fresa” porque se lía parda.
MANZANAS ASADAS:
Espero no ofender a nadie si es “flan” (je je je) de ellas, pero para mi eran el ascazo máximo. De hecho creo que mi pobre madre solo me las intentó endilgar una vez. Recuerdo verlas en el horno y que todo aquello, amén de a chamusquina (je) ya me olía a emboscada. Posteriormente me llevé algún trozo a la boca y la mezcla de elementos de este postre —incluyendo la piel— no maridó bien en mi boca, por expresarlo suavemente. Quiero creer que le diría a mi progenitora, con voz de lord, que le agradecía el esfuerzo de intentar que comiera fruta, aunque fuera rellena de mantequilla y azúcar (junto a algo de canela, eso es basicamente la receta clásica), pero seguramente lo que pasó es que me pusiera a llorar como un cretino mientras ella oía en su cabeza la tonadilla de algún anuncio tipo “póntelo, pónselo”. Si no escupí o amenacé con devolver, puede considerarse un éxito aceptable por aquellos tiempos.
BANANA SPLIT:
En mi casa (recurrente expresión cuando se jugaba a un juego de mesa ochentero) este postre tenía un verdadero halo de misticismo, ya que contaban las crónicas —o sea mis padres— que precisamente mi progenitor y un amigo suyo se lo pidieron en un bar de la playa… ¡y no se lo pudieron terminar! Conociendo ya por aquellos tiempos a mi padre (claro), a su colega, y a la legendaria pasión de ambos por los postres, esto me parecía tan inconcebible como que en algún momento de la vida se me ocurriría dejar de jugar a los “clics” (es decir a los playmobil, “¡si no hay nada mejor!” pensaba con ceño fruncido de desaprobación mientras miraba a los mayores de las pelis jugando con sus cosas aburridas “rollo” besos). Sea como fuere, por toda esta movida es un postre al que siempre le he tenido un poco de susto, lo que tal vez no esté mal, porque consiste basicamente en un plátano (o banana) partido en dos en un plato tipo barca (o portaaviones) y rodeada (más bien enterrada) entre bolas de helado, chocolate y sirope everywhere, a lo que se añade una manta de nata que haría huir avergonzada a la del Pijama, no parece que sea un postre recomendado por la sociedad española de cardiología. Como dato curioso, varias localidades estadounidenses pugnan por ser su lugar de nacimiento. Creo que también compiten en el nivel de colesterol de la peña allí empadronada.
HELADO TRES SABORES:
Vuelvo a mentar mi casa para decir que en ella siempre se le ha nombrado con otro de sus nombres oficiales: el frisel. En concreto en la versión en la que se introduce entre dos barquillos y ¡hala! pa’ dentro con alegría. Más allá de su éxito en los hogares españoles, y aunque sigue siendo así, estaba especialmente extendido entre los “restorán” patrios ochenteros, con una calidad que podía oscilar entre el hormigón indigerible y el “um, qué bueno”. Tal vez tuve mala suerte, pero en mi memoria hay más hormigón que “um”. Se le llama también “helado napolitano” porque se dice que su éxito en Estados Unidos derivó de los italianos emigrados allí, especialmente de los heladeros napolitanos. De nuevo, a saber. Lo que tenemos claro es que su alineación titular de sabores son el chocolate, la vainilla y la fresa, aunque también es frecuente sustituir la vainilla por ¡oh sorpresa! nata. Por cierto, esto me ha hecho recordar una de las preguntas clásicas a los niños de la época: “¡Chaval, el batido, ¿de vainilla o de chocolate?!” No sé a ustedes, pero a mi que eligiera alguien vainilla me hacía saltar todas las alarmas. Audaces contraculturales de esos que veían la UHF.
A mis padres, patrones de la “santa paciencia” y a “Músico” y “Javi”, quienes me recordaron en los comentarios del anterior artículo algunos de los postres presentes en este. Gracias.
(1) https://es.wikipedia.org/wiki/P%C3%AAche_Melba
¿QUIERE UD. SABER MÁS?
-Artículo en el que repasábamos el menu ochentero:
-Artículo sobre los posibles orígenes del “Brazo gitano”:
https://manzanas10.com/asadas/
-Historia del “Banana Split” y de la pugna sobre su origen (en inglés):
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