Reflexiones virales de una podcalipster aspirante a filósofa. Primera entrega: “Horror vacui”

Publicado originalmente el 24 de marzo de 2020 por “Una podcalipster aspirante a filósofa” (en Twitter @Filoaspirante)

La situación que nos está tocando vivir invita a practicar todo aquello que es marca de la casa Podcaliptus: escuchar podcast, leer y releer cómics y libros, ver pelis y series y, en definitiva, hacer todo aquello que se puede hacer en casa y que se ha ido postergando por falta de tiempo.  Pero unas circunstancias tan insólitas como estas, que han obligado a echar el freno a nuestra vida individual y social, también nos impulsan a reflexionar. En las próximas semanas, una podcalipster aspirante a filósofa hilvanará algunas reflexiones personales, surgidas a raíz del confinamiento y la pandemia. Un contexto que nunca imaginamos que llegaríamos a experimentar fuera del mundo de la ficción.


Estos días de confinamiento obligado están poniendo en evidencia una de las características de nuestra época, al menos en Occidente: la prioridad sociocultural del hacer sobre el ser. Hijos del capitalismo y de la sociedad de consumo, sentimos la necesidad de estar siempre ocupados, siempre haciendo algo, no solo en el ámbito de la productividad laboral, sino también en el del ocio. Esto es particularmente llamativo en la educación de los niños: apenas se les da ya la oportunidad de aburrirse, de inventar y fantasear por sí mismos, de estar solos, con una programación de su tiempo libre muchas veces tan férrea como el horario escolar. Con la mejor de las voluntades, no se les deja espacio para estar consigo mismos y simplemente ser. Les estamos transmitiendo el mismo horror al vacío que nos asalta como adultos.

Y, de pronto, va la vida y nos brinda a muchos una oportunidad única: la de pararnos a reflexionar, a descansar nuestras mentes agitadas, a no hacer nada, a ser sin más. Un tiempo que la mayoría hemos deseado en momentos de estrés o hastío laboral y que, una vez en nuestras manos, nos quema como un hierro candente. Cierto es que, simplificando, hay dos tipos de personas: quienes, por sus inquietudes, nunca tendrán tiempo suficiente para llegar a hacer todo lo que les estimula —aquí entraríamos los podcalipsters— y quienes no saben qué hacer con su tiempo cuando les es concedido. Pero ambos perfiles esconden una misma falacia: la de que el tiempo, para merecer la pena, ha de ser rellenado y ocupado en toda su extensión.

¿Qué es lo que nos da tanto miedo? ¿Qué tememos que se cuele si dejamos alguna rendija al descubierto? Nos encontramos —ni más ni menos— ante un miedo ancestral del ser humano: el miedo al vacío, el horror ante la nada que tememos ser. Aprovechemos esta oportunidad para asumir esa sensación dentro de nosotros, por desagradable que pueda parecer. Entre salida y salida al balcón, entre aplauso y cacerolada, en un hueco antes o después del evento cultural online de turno, una vez terminadas la limpieza general, la tabla de pilates y la consulta de los medios y las redes sociales, dedica un momento a tomar aire y PÁRATE. Permítete sentir qué es lo que estás tratando de evitar.

Photo by Sasha Freemind on Unsplash

Y pregúntate: ¿qué sería yo si no hiciese nada? ¿Acaso soy solo lo que hago? ¿No es la esencia otra cosa? Y entonces, ¿cuál es mi esencia? ¿Quién soy, qué soy? Ciertamente, da miedo renunciar al autoengaño, a construcciones mentales tan arraigadas como las etiquetas identitarias y el relato autobiográfico, que confundimos con quienes somos. Pero la vida nos está invitando a preguntarnos con sinceridad y valentía, al margen de nuestra historia personal y de nuestro rol social, dejando de lado nuestros actos, quién es esa persona aislada en su casa que mira por la ventana en este preciso instante, como tantas otras. Da miedo que la respuesta sea la nada. Que seamos tan solo un vaso vacío.  Pero ¿y si ese vacío no fuera más que el paso previo a la revelación? ¿Y si ese espacio diáfano, esa quietud sin etiquetas ni acciones compulsivas, fuese justamente lo que nos une como seres humanos, como seres vivos?

Si te fijas bien descubrirás a lo lejos, acodadas en otras ventanas, a más personas preguntándose lo mismo. Y, de pronto, el vaso deja de estar vacío, deja de ser un espacio angustiante que necesita ser rellenado. Está mucho más lleno de sentido que mientras nos dejábamos arrastrar por la pulsión del hacer, en aquella época —por fin superada— en la que aún ignorábamos que nuestra misión en la vida no es más que la vida misma. Encontramos, por fin, que nuestro cometido es, sencillamente, vivir, ser en conexión con todo lo que nos rodea. Y logramos, ahora sí, sentirnos como en casa, ya sea confinados entre nuestras cuatro paredes o en el rincón más remoto del planeta.

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