Los números y la pesadilla de Darwin

Publicado originalmente el 18 de abril de 2020 por el señor McCue y Víctor Deckard.

Un gobierno que se niega, o se resiste, o no puede solventar las dificultades para contar los muertos de sus gobernados, no es un gobierno. O cuando menos no es un gobierno de fiar, sea del color que sea. Varias comunidades contradicen las cifras oficiales, quejándose de que las estadísticas no incluyen las personas fallecidas por COVID-19 en las residencias de ancianos y en sus domicilios privados. Uno de los organismos que primero denunciaron este hecho, fue el Tribunal de Justicia de Castilla-La Mancha, que argumentaba un desfase de más del 70% con respecto a las cifras del Ministerio de Sanidad. Otro ejemplo, Extremadura, según los datos de la Consejería, comunicaba que habían tenido 1275 fallecidos entre en 14 de marzo y el 7 de abril, mientras el Gobierno central solo computa 269 muertes. También en Cataluña parece que ahora los empiezan a contar de otra forma, y así. En Madrid tampoco les cuadran las cifras, ni de lejos, con las que dice el Gobierno. Ante ello, la ministra portavoz Montero, nos sale hablando de sus datos de fallecidos con el término: “calidad”. El inamobible Simón, refuerza la tesis de su ministra, faltaría más, poniendo en duda todo lo que no se haya cocido previamente en su departamento. En un alarde de prestidigitación considerable, cambian el termino de “cantidad”, mas dramático y molesto políticamente para sus intereses, por el de “calidad”, mas llevadero y más fino para que las cifras de muertos sean mas vendibles. El colapso gubernamental de esta generación de políticos de nuevo cuño que nos está tocando sufrir, es tremendo. La ineficacia demostrada desde el principio de la crisis reaccionando tarde, interviniendo mal y, lo que es peor, no reconociendo sus errores para poderlos paliar, ha hecho que en la actualidad seamos uno de los países con mas fallecidos por la pandemia del mundo en relación a la población. En definitiva, suavizar los errores propios y tratar de perpetuarse, es uno de los principales objetivos de todo gobernante. Como bien dice Antonio Gala: “Al poder le ocurre como al nogal: no deja crecer nada bajo su sombra”. Poder que el gobierno ha aumentado considerablemente a través de la Ley de Estado de Alarma, incluido el requisamiento de todo tipo de bienes necesarios y personas. Que lo ha tenido y lo tiene todo para que los resultados fueran cuando menos, manifiestamente mejorables, pero que no es capaz de asumir su parte de responsabilidad, ni siquiera la de reconocerle un número de muertos reales. En un país en el que se han contado siempre todos sus muertos: los de tráfico, violencia criminal, violencia de género, accidentes laborales, es decir TODOS, se pasa a decidir quienes son los muertos de “calidad” del Covid19, para ignorar la cantidad real. Y eso es entrar en una realidad que tapa la terrible realidad. Ignorar esa realidad de fallecidos, también es ignorar a las familias que han padecido su muerte a sabiendas de qué ha fallecido. Ese afán por resistirse a reconocerlos, solo se entiende porque también quieran tapar lo que hay detrás: que se ha reaccionado tarde y mal, sin políticas coherentes, sin protección suficiente de sectores de riesgo; improvisando compras de material inservible -mientras escribo esto leo que el Gobierno retira un lote de decenas de miles de mascarillas “fake” que repartió a las CCAA- ; haciendo trabajar a nuestros sanitarios en condiciones terribles y prácticamente abandonando a su suerte a las residencias de ancianos -el grupo de mas riesgo con diferencia, y entorno retratado magistralmente por el autor de cómic Paco Roca en su imprescindible “Arrugas”- entre otras desastrosas actuaciones, como la de enviar a los trabajadores de algunos sectores de la industria a trabajar, no solo no sabiendo si estaban infectados o no, sin ni siquiera proveerles del material para poder defenderse de posibles contagios, tanto en el camino a su trabajo, como dentro de la propia empresa. Pero como la cosa va de términos para suavizar la catástrofe, ahora se empieza a escuchar otro para ir vendiendo la idea de que esto ya se va normalizando poco a poco: “desescalada”. Pero el ministro Illa reconoció en la sesión de control al Gobierno que no sabe ni cómo, ni cuándo, se va a producir esa desescalada. Es decir, tampoco se tiene un plan previsto. Pero en esa nueva imprevisión, ya hay quienes abogan por dejar salir a los niños y otros todo lo contrario dentro del mismo Gobierno. El Vicepresidente Iglesias lo tiene bastante claro. Aunque él dispone de jardín en su casa, hay niños que no disponen de ese privilegio y deberían de empezar a salir. Quizá se le ha olvidado que los niños pueden ser portadores camuflados y mas silenciosamente asintomáticos, de modo que quedamos a la espera de que concreten muy bien y con cuidado las medidas, pues no nos podemos permitir más improvisaciones.

Es muy preciso tener en cuenta que como ciudadanos tenemos obligaciones y responsabilidades, debemos acatar las normas y ser los primeros en tratar -cada uno en la medida de sus posibilidades- de poner nuestro granito de arena en una emergencia. Eso no significa renunciar a un espíritu crítico, sobre todo con respecto a los que más responsabilidades públicas tienen. Numerosas obras nos invitan a pensar así, y gobiernos del considerado primer mundo también tienen responsabilidades en la pérdida del equilibrio ecológico y social tan necesario para el futuro, algo demostrado por esta epidemia. Los autores recomendamos al respecto el documental “La pesadilla de Darwin” (Hubert Sauper, 2004) o, en un plano más político, la última -a día de hoy- película de Polanski, “El oficial y el espía” (2019, hay un programa de Podcaliptus Bonbon -pulsar aquí- dedicado a esta peli).

Autor del artículo

Víctor Deckard

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