Dentro de la historia de la Ciencia ficción se han producido puntos de inflexión que han marcado el rumbo posterior del género o nos sirven para comprender mejor el marco narrativo dominante. La aparición de The most dangerous game (Connell, 1924) cuya traducción hemos ofrecido en Podcaliptus (enlace aquí) puede ser uno de ellos, como así mismo lo fue —por citar otro ámbito cultural— Solaris y su relevancia internacional. Uno de esos momentos, aparentemente desconcertante, fue la conferencia que el escritor Philip K. Dick dio en la localidad francesa de Metz en septiembre de 1974. No es un episodio especialmente conocido para el gran público, mientras que para muchos aficionados —entre ellos el público asistente durante la charla— el discurso resulta en cierta manera confuso y un tanto incomprensible, incluso para los estándares del peculiar autor estadounidense.
Sin embargo en nuestra opinión lo que Dick dijo aquel día explica muchas cosas. De su cosmovisión como autor posmoderno y por tanto útil para comprender nuestra sociedad, de sus inquietudes vitales y finalmente del devenir posterior de la Ciencia ficción. El escritor nos describe veintidós años antes de The Matrix a un «Programador» que cambia la realidad en el momento presente para establecer una «Matriz» principal dentro de una sucesión de mundos paralelos. Ejemplo que muestra a las claras que su visión ha sido, de manera más o menos consciente, una de las que han marcado a las historias del género en las últimas décadas. No es casual que el así mismo imprescindible Kim Stanley Robinson, diferente en la forma de su obra a la de Dick pero no tanto en el fondo, le dedicara al autor de Ubik su tesis doctoral. Philip K. Dick es un autor crucial en la literatura contemporánea.
Pero es que además en la conferencia de Metz el escritor nos habla de su proceso de creación, de cómo se ha visto influenciado por temas políticos y religiosos, así de cómo le marcó un episodio que en su opinión le hizo entrar en una larga tradición de autores «alumbrados». Más allá de lo que cada uno de nosotros pensemos sobre lo que nos cuenta, sus descripciones sirven así mismo para comprender mejor ciertas perspectivas culturales así como la manera de plasmarlas artísticamente.
Por todo ello consideramos que este episodio histórico, vinculado a un escritor contemporáneo clave, necesitaba una traducción en nuestro idioma accesible a todo el mundo y lo más fiel posible a lo que dijo en la lengua original. A este respecto querríamos realizar algunas consideraciones: la conferencia, en la que Dick habla en inglés y es traducido por un intérprete francés, se conserva en vídeo y audio pero hay dudas respecto al montaje; nosotros seguimos una transcripción en inglés que se señala ha aparecido en la Newsletter PKD (número 27, 1991) en el libro recopilatorio The Shifting Realities of Philip K. Dick: Selected Literary and Philosophical Writings (primera ed. 1995, consultada vía archive.org la edición de 1996) y publicada en un hilo de Reddit. De este último así como del video y audio existentes adjuntamos enlaces para que se puedan contrastar con nuestra traducción. Por lo que respecta a ésta no hemos usado en ningún momento herramientas vinculadas a la Inteligencia Artificial, ya que podría ser contraproducente debido a las características del discurso de Dick, quien tenía una manera propia de comprender y describir el mundo, incluso inventándose términos. De modo que entendemos que para una traducción lo más fiel posible es imprescindible estar familiarizado con su obra, ya que de otra manera los conceptos utilizados en castellano pueden no ser los adecuados. Permitan la broma si decimos que ningún Replicante (palabra por cierto de la película Blade Runner pero ausente del libro en que se basa) ha sido utilizado para trabajar en este artículo. Con todo esta no es una edición crítica de una obra, de modo que no vamos a llenar el texto de notas señalando cada una de las decisiones de traducción. Sí conviene señalar que Dick dio una charla, aunque en gran medida leída, de modo que a veces repite palabras, e incluso en un par de veces no parece claro lo que quiere decir sin una pequeña corrección. Nos remitimos a los enlaces para una fiscalización de nuestro texto para quien lo estime oportuno.
Finalmente debemos señalar que al menos hasta donde sabemos, esta es la única traducción al castellano de la conferencia que puede ser leída sin necesidad de inscribirse en una plataforma. Hemos encontrado tan solo otra, una versión existente en academia.edu que también enlazamos pero que no hemos consultado. Tal vez haya personas que quieran hacerlo si tienen acceso y por eso damos la información. Por lo que respecta a la versión aquí presente es absolutamente libre, con el único requisito de la atribución y de no transformarla, aunque por supuesto puede ser usada como ayuda si alguien quiere hacer la suya propia. Puede ser descargada y compartida simplemente citando la fuente (Podcaliptus-Víctor Deckard). En la licencia Creative Commons se incluyen las fotos de obras del autor o referidas a él como biografías, que son propias. Disfruten de lo que nos cuenta el gran Philip K. Dick, una persona muy especial. Y si nos permiten darles un consejo, lleguen hasta el final. Un autor como él siempre tiene un as en la manga.
«Si les parece malo este mundo deberían ver algunos de los otros» (1)
Podría decir cuanto aprecio que me pidieran compartir algunas de mis ideas con ustedes. Un novelista lleva con él constantemente lo que la mayoría de las mujeres llevan en grandes bolsos: mucho de ello es inútil, algunos son objetos esenciales y después por si acaso un buen número de cosas que están por si acaso. Pero el novelista no lo transporta físicamente, porque su colección de tesoros es mental. De vez en cuando añade una nueva idea completamente inútil; a veces saca con desgana la basura —las ideas obviamente sin valor— y con unas pocas lágrimas sentimentales se desembaraza de ellas. Una vez muy de vez en cuando, sin embargo, sucede por casualidad que topa con una idea nueva para él absolutamente imponente, que confía se convertirá en algo novedoso para todo el mundo. Esta es la categoría final que dignifica su existencia. Pero semejantes ideas verdaderamente valiosas… quizás durante su vida entera podrá, como mucho, adquirir escasamente unas pocas. Pero eso es suficiente; él a través de ellas ha justificado su existencia para consigo mismo y para su Dios.
Un aspecto extraño de esas raras, extraordinarias ideas, que me confunde es su desconcertante capa de —debería decir— obviedad. Con esto quiero decir que una vez la idea ha emergido o aparecido o ha nacido —como quiera que sea que nuevas ideas se trasladan a la existencia— el novelista se dice a sí mismo, «Pero por supuesto, ¿por qué no me di cuenta de eso hace años?». Pero noten la expresión «darse cuenta». Es la clave. Ha llegado a algo nuevo que al mismo tiempo ya estaba allí, de alguna manera, todo el tiempo. En verdad, simplemente emergió. Siempre había estado. Él no lo inventa y ni siquiera lo encuentra; en un sentido muy real eso lo encuentra a él. Y —esto asusta un poco de contemplar— él no lo ha inventado, sino al contrario, eso lo ha inventado a él. Es como si la idea lo creara para sus propósitos. Creo que esto es por lo que descubrimos un sorprendente fenómeno de gran relevancia: a menudo en la historia una gran idea nueva golpea a un número de investigadores o pensadores exactamente al mismo tiempo, todos ellos ajenos a sus colegas. «El momento ha llegado» decimos acerca de la idea y así desechamos como si lo hubiéramos explicado, algo que considero bastante importante: nuestro reconocimiento de que en cierto sentido literal las ideas están vivas.
¿Qué significa esto, decir que una idea o pensamiento está literalmente vivo? ¿Y que se aferra a seres humanos aquí y allí y los usa para actualizarse a sí misma en la corriente de la historia humana? Tal vez los filósofos presocráticos estaban en lo cierto: el cosmos es una vasta entidad que piensa. De hecho no haría nada más que pensar. En ese caso o lo que llamamos universo es meramente un tipo de disfraz que aquella toma, o es de alguna manera el universo. Una variación de esta visión panteísta sería la de la entidad que de manera astuta falsifica el mundo que experimentamos diariamente sin percatarnos. Esta es la visión de la religión más antigua de la India, y en cierta forma fue la visión de Spinoza y Alfred North Whitehead: el concepto de un Dios inmanente, un Dios dentro del universo, no trascendente sobre él y por tanto no parte de él. El dicho sufí por Rumi «el artesano es invisible dentro del taller» se aplica aquí, con el taller siendo el universo y el artesano Dios. Pero esto aún expresa la noción teísta de que el universo es algo que Dios creó, mientras que lo que yo digo es que Dios no creo nada sino que simplemente es. Y pasamos nuestras vidas dentro de él, ella, o ello, preguntándonos constantemente donde puede ser encontrado él o ella.
He disfrutado pensando sobre esas cuestiones durante varios años. Dios está tan a mano como los desperdicios en la alcantarilla. Dios es el desperdicio en la alcantarilla, por hablar de forma más precisa. Pero un día un pensamiento malvado entró en mi mente —malvado porque minó mi maravilloso panteísmo monista del que estaba tan orgulloso. ¿Qué pasaría —y aquí verán cómo al menos este particular escritor de Ciencia ficción consigue su tramas— qué pasaría si existe una pluralidad de universos colocados a lo largo de algún tipo de eje lateral, es decir, en ángulos rectos con el flujo del tiempo lineal? Debo admitir que pensando así he invocado una inmensa absurdidad: diez mil cuerpos de Dios colocados como tantos trajes colgando en algún enorme armario, con Dios o llevándolos a la vez o yendo por ellos adelante y atrás de manera selectiva, diciéndose a sí mismo, «creo que hoy llevaré ese en el que Japón y Alemania ganan la Segunda guerra mundial» y entonces añadiendo medio para sí mismo, «y mañana llevaré ese tan bonito en el que Napoleón derrota a los británicos; ese es uno de mis favoritos».
Esto parece absurdo y ciertamente parece plantear la idea básica como sin sentido. Pero supongamos que reorganizamos este «armario lleno de diferentes trajes de vestir» solo un poco y digamos «¿qué sucedería si Dios se prueba uno de esos trajes y entonces, por razones solo conocidas para él, cambia de idea?» Decide, usando esta metáfora, que el traje que posee o lleva no es el que quiere… en cuyo caso el previamente mencionado armario lleno de trajes ¿es un tipo de secuencia sucesiva de mundos, tomados, usados durante un tiempo y entonces descartados a favor de uno mejorado? Podríamos preguntar en este punto, «¿cómo se siente el repentinamente abandonado traje, el repentinamente abandonado universo?» «¿qué experimentaría?» Y aún más importante para nosotros, «¿qué cambio, si hay alguno, percibirían las formas de vida de ese universo?». Porque tengo la secreta intuición de que esto es exactamente lo que sucede; y tengo la marcada intuición de que los infinitos millones de formas de vida implicados supondrían —incorrectamente— que no han experimentado nada, que no ha sucedido ningún cambio. Ellos, como parte del nuevo traje, imaginarían incorrectamente que siempre han sido los visibles, siempre habrían estado ahí como lo están ahora, con completos recuerdos que probarían lo correcto de sus impresiones subjetivas.
Estamos acostumbrados a pensar que todo cambio tiene lugar a lo largo del eje temporal lineal: del pasado al presente al futuro. El presente es una reunión del pasado y diferente de él. El futuro se reunirá a partir del presente y aún así será diferente. Que un eje ortogonal o en ángulo recto pudiera existir, un dominio lateral en el que el cambio pudiera tener lugar —procesos ocurriendo paralelamente en la realidad, por decirlo de algún modo— sería casi imposible de imaginar. ¿Cómo percibiríamos semejantes cambios laterales? ¿Qué experimentaríamos? Qué pistas —si estamos tratando de probar esta desconcertante teoría— deberían alertarnos? En otras palabras, ¿cómo puede el cambio tener lugar de alguna forma fuera del tiempo lineal, en cualquier sentido, en cualquier grado?
Bien, consideremos un tema favorito de los pensadores cristianos: el tema de la eternidad. Este concepto, hablando históricamente, fue una gran nueva idea traída al mundo por el cristianismo. Estamos bastante seguros de que la eternidad existe; que la palabra «eternidad» se refiere a algo real, en contraste digamos con la palabra «ángeles». Eternidad es simplemente un estado en el que eres libre y de alguna manera fuera y sobre el tiempo. No hay pasado, presente ni futuro, hay solamente una existencia puramente ontológica. Eternidad no es una palabra que denota meramente un tiempo muy largo; es esencialmente «sin tiempo». Bien, déjenme preguntar esto: ¿hay cambios que tienen lugar ahí, esto es, que tienen lugar fuera del tiempo? Porque si dices, «sí, la eternidad no es estática, suceden cosas», entonces sonreiré inmediatamente al respecto y señalaré que has introducido el tiempo una vez más. El concepto «tiempo» simplemente denota —o más bien da por sentado— una condición o estado o corriente —lo que sea— en la que el cambio sucede. No hay tiempo, no hay cambio. La eternidad es estática. Pero si es estática, es incluso menor que una larga duración; es más como un punto geométrico, una infinitud que puede ser establecida a lo largo de cualquier línea dada. Viendo mi teoría sobre el cambio lateral u ortogonal me defiendo a mí mismo diciendo «al menos esto es un sinsentido menor que el concepto de eternidad». Y todo el mundo habla sobre la eternidad, teniendo la intención de hacer algo sobre ello o no.
Déjenme presentarlo con una metáfora. Digamos que existe un rico potentado del mundo de las artes. Cada día, en la pared de su salón sobre su hoguera, sus sirvientes cuelgan un nuevo cuadro —cada día una obra maestra diferente, día tras día, mes tras mes— Cada día es retirada la «usada» y sustituida por una diferente y nueva. Llamaré a este proceso «cambio a lo largo del eje lineal». Pero ahora supongamos que los sirvientes se quedan temporalmente sin nuevas pinturas de recambio. ¿Qué deberían hacer mientras tanto? No pueden dejar la presente simplemente colgada; su empleador ha decretado que el repuesto perpetuo —es decir cambiar los cuadros— ha de tener lugar. De modo que no pueden permitir que permanezca el actual ni pueden cambiarlo por uno nuevo. En vez de eso hacen una cosa muy inteligente. Cuando el empleador no está mirando, los sirvientes transforman de manera astuta el cuadro que ya está en la pared. Pintan un árbol por aquí, una niña por allá; añaden esto, eliminan aquello. Hacen que la misma pintura sea diferente y en cierto sentido nueva, pero como estoy seguro de que podrán ver no nueva en el sentido de reemplazarla. El empleador entra en su salón después de cenar, se sienta frente a su hoguera y contempla lo que debería ser —de acuerdo a sus expectativas— un nuevo cuadro. ¿Qué ve? No es ciertamente lo que había visto antes. Pero también lo es de alguna manera… y aquí debemos ser empáticos con este hombre en cierto modo estúpido, porque virtualmente podemos ver sus circuitos cerebrales pugnando por entender. Sus circuitos mentales están diciendo «Sí, es una nueva pintura, no es la misma que ayer, pero también es la misma, creo, lo siento en un nivel muy profundo, intuitivo… Siento que de alguna manera la he visto antes. Me parece recordar un árbol, sin embargo no hay árbol». Quizás ahora si nos extrapolamos desde la confusión mental y de percepción de este hombre al punto teórico que estaba haciendo sobre el cambio lateral, pueden obtener una mejor idea de lo que quiero decir. Puedo, tal vez ustedes al menos en cierto grado puedan, ver que aunque de lo que estoy hablando pudiera no existir —mi concepto pudiera ser ficcional— podría existir. No es intelectualmente contradictorio en sí mismo.
Como escritor de Ciencia ficción orbito en torno a ideas como esta. Por supuesto en el gremio conocemos esta idea como el tema del «universo alternativo». Algunos de ustedes, estoy seguro, saben que mi novela El hombre en el castillo utilizaba este tema. Había en ella un mundo alternativo en el que Alemania, Japón e Italia ganaban la Segunda Guerra Mundial. En un punto de la novela el Señor Tagomi, el protagonista, es de alguna forma transportado hacia nuestro mundo, en el que las potencias del Eje pierden. Permaneció en nuestro mundo solo un tiempo breve y se escabulló aterrado de vuelta a su universo cuando atisbó o comprendió lo que había sucedido. Y no volvió a pensar en ello de nuevo; había sido para él una experiencia desagradable de una manera abrumadora, ya que siendo japonés era para él un peor universo que aquel al que estaba acostumbrado. Para un judío sin embargo habría sido infinitamente mejor por razones obvias.
En El hombre en el castillo no doy una explicación real a el porqué o cómo el Señor Tagomi se desliza al interior de nuestro universo; simplemente se sentó en el parque y contempló una pieza de moderna joyería artesanal abstracta. Se sentó y la estudió una y otra vez, y cuando levantó la vista estaba en otro universo. No expliqué cómo o porqué sucedió porque no lo sabía y retaría a cualquiera, escritor, lector o crítico, a dar una así llamada «explicación». No puede haberla porque, por supuesto como todos sabemos, semejante concepto es meramente una premisa ficcional; ninguno de nosotros en sus cabales considera ni por un instante la noción de que tales universos alternativos existen en un sentido real. Pero solo por diversión digamos que lo hacen. Entonces si es así ¿cómo están conectados unos con otros, en el caso de que lo estén o estuvieran? Si trazas un mapa de ellos, mostrando sus localizaciones, ¿cómo sería el mapa? Por ejemplo (y creo que esta es una cuestión muy importante) ¿están completamente separados los unos de los otros o se superponen? Porque si se superponen, problemas como ¿donde existen? y ¿cómo moverse de uno a otro? admiten una solución posible. Simplemente estoy diciendo que si en efecto existen y en efecto se superponen entonces podríamos, en algún sentido literal y muy real, ocupar en distintos niveles varios de ellos en un momento dado. Y aunque todos nos vemos los unos a los otros como seres humanos deambulando, y hablando y actuando, algunos de nosotros podríamos habitar unas cantidades relativamente mayores de, digamos el «Universo uno», que lo que lo hacen otras personas; y en vez de eso algunos de nosotros podríamos habitar una cantidad relativamente mayor del «Universo Dos» y así sucesivamente. No sería meramente que nuestras impresiones subjetivas del mundo difieran, sino que podría haber una superposición, una sobreimpresión de un número de mundos, de modo que objetivamente, no en forma subjetiva, nuestros mundos podrían diferir. Nuestras percepciones difieren como consecuencia de esto. Y quiero añadir en este punto esta afirmación, que encuentro es un concepto fascinante: podría ser que algunos de estos mundos estén dejando atrás la existencia a lo largo de la línea temporal lateral de la que hablé, y otros están en proceso de moverse hacia una mayor materialización, en vez de menor. Esos procesos sucederían simultáneamente y en absoluto en un tiempo lineal. El tipo de proceso del que estamos hablando aquí es una transformación, un tipo de metamorfosis, lograda de manera invisible. Pero muy real. Y muy importante.
Contemplando esta posibilidad de una estructuración lateral de mundos, una pluralidad de Tierras superpuestas a lo largo de cuyos ejes de conexión una persona es capaz de moverse de alguna manera —puede viajar de un modo misterioso de lo peor a lo correcto, a lo bueno, a lo excelente—; contemplando esto en términos teológicos, quizá podríamos decir que de esta manera desciframos de repente las aseveraciones elípticas que expresó Cristo respecto al reino de Dios, específicamente a dónde se encuentra. Parece haber dado respuestas contradictorias y enigmáticas. Pero supongan, solo supongan por un instante, que la causa de la perplejidad no radica en algún deseo por su parte de confundir u ocultar, sino en lo inapropiado de la cuestión. «Mi reino no es de este mundo» se ha declarado que dijo. «El reino está en vuestro interior» O posiblemente «Está con vosotros». Sitúo ante ustedes la noción, que personalmente encuentro emocionante, de que él podría haber tenido en mente lo que dije del eje lateral de reinos superpuestos que contienen en ellos un espectro de aspectos que van de lo indeciblemente maligno a lo bello. Y Cristo estaba señalando una y otra vez que realmente hay muchos reinos objetivos, de alguna manera relacionados, y de alguna forma transitables por los humanos vivientes —no los muertos—, y que el más maravilloso de esos mundos es un único reino en el que él mismo, o Dios mismo, o ambos gobiernan. Y él no habló meramente de una variedad de maneras subjetivas de contemplar un mundo; el reino era y es un lugar real diferente, en el extremo opuesto de un continuo que comienza con la esclavitud y amargo dolor. Fue su misión enseñar a sus discípulos el camino de cruzar a través de este camino ortogonal. Él no comunicó simplemente que nos encontramos ahí; él enseñó el método de llegar allí. Pero el secreto se perdió de manera trágica. El enemigo, la autoridad romana, lo destrozó. Y de este modo no lo tenemos. Pero quizás lo podemos redescubrir desde que sabemos que el secreto existe.
Esto explicaría las aparentes contradicciones al respecto de la cuestión de si el Reino de justicia va a ser alguna vez establecido en la Tierra o si hay algún lugar o estado al que vamos tras la muerte. Estoy seguro de que no debo explicarles que este tema ha sido uno fundamental —e irresuelto— a lo largo de la historia de la cristiandad. Tanto Cristo como San Pablo parecían decir enfáticamente que ocurriría inesperadamente algún tipo de ruptura real en el tiempo, dentro de nuestro mundo, provocada por los servidores de Dios. A consecuencia de ello tras algún tipo de emocionante drama se establecería un paraíso de mil años, un Reino de justicia, al menos para aquellos que habían hecho sus tareas de casa, sus deberes y en general prestado atención… no se habían ido a dormir, como señala una parábola. Somos repetidamente conminados en el Nuevo Testamento a estar vigilantes, que para el cristiano siempre hay día, siempre hay luz mediante la cual puede ver este acontecimiento cuando está llegando. Ver el acontecimiento. ¿Implica esto que muchas personas que se encuentran de algún modo dormidas o ciegas, o no están vigilantes, no lo verán aún cuando ocurra? Consideremos la significación que se le puede atribuir a esas nociones. El Reino llegará aquí, inesperadamente —esto siempre se acentúa—; los fieles rectos lo deberían ver porque para ellos siempre es de día, pero para los otros… Lo que parece expresarse aquí es el pensamiento paradójico pero emocionante de que —óiganlo y medítenlo— el Reino, establecido aquí, no sería visible para aquellos fuera de él. Propongo la idea de que, en términos más modernos, lo que significa es que algunos de nosotros viajarán lateralmente a ese mundo mejor y otros no: permanecerán atrapados a lo largo del eje lateral, lo que quiere decir que para ellos el Reino no llegará, no en su mundo alternativo. Y mientras tanto habrá llegado en el nuestro, de modo que a veces llega y a veces no. Fascinante.
Por favor pregúntense a ustedes mismos ¿qué sucesos señalan el establecimiento o restablecimiento del Reino? Por supuesto que no es otra cosa que el Segundo Advenimiento, el retorno del propio Rey. Siguiendo mi razonamiento de la existencia de mundos a lo largo del eje lateral, uno podría razonar, «ciertamente la Segunda Llegada no ha tenido lugar, al menos no a lo largo de esta senda, en este universo». Pero entonces uno podría especular de manera lógica, «pero quizás llegó exactamente como fue estipulado en el Nuevo Testamento: durante el tiempo de vida de aquellos que vivían entonces, en época apostólica». Yo disfruto —encuentro fascinante— este concepto. Menuda idea para una novela, una Tierra alternativa en la que la Parusía tuvo lugar digamos alrededor del año 70 d. C. O digamos durante época medieval —digamos en época de Las cruzadas cátaras—. ¡Qué idea más formidable para una novela de mundo alternativo! El protagonista es de alguna manera transportado desde este, nuestro universo en el que la Segunda llegada no tiene lugar o no ha tenido lugar, a uno en el que ya sucedió hace siglos.
Pero si han seguido mis conjeturas sobre la superposición de esos mundos alternativos y sienten como yo la posibilidad de que si hay tres, podría haber treinta o tres mil de ellos —y que algunos de nosotros vivimos en este, otros en otro, otros en otros y que aquellos eventos en una senda pueden no ser percibidos por las personas que no se encuentran en esa senda—; bien, déjenme decirles lo que quiero decirles y se puede hacer con ello. Creo que una vez experimenté una senda en la cual el Salvador retornó. Pero solo lo experimenté muy brevemente. No me encuentro ahora allí. No estoy seguro de que lo estuviera alguna vez. Ciertamente podría no volver a estar de nuevo. Me lamento por esa pérdida, pero es una pérdida; de alguna manera me moví lateralmente, pero caí de vuelta y entonces se había ido. Una montaña desaparecida y un arroyo. El sonido de campanas. Todo se ha ido para mí; se ha marchado completamente.
En mis historias y novelas a menudo escribo sobre mundos falsos, mundos semirreales así como mundos privados trastornados, a menudo habitados por tan solo una persona mientras entre tanto los otros personajes o permanecen en sus propios mundos de principio a fin, o son de alguna manera arrastrados a uno de los otros mundos peculiares. Este tema aparece en el corpus de mis veintisiete años de escritura. En ningún momento tuve una explicación teórica o consciente para mi preocupación respecto a esos pseudomundos poliformes, pero ahora creo que lo entiendo. Lo que estaba percibiendo era la multitud de realidades parcialmente materializadas, yaciendo tangentes a la que evidentemente está más manifiesta, esa en la que la mayor parte de nosotros nos ubicamos por consensus gentium (consenso general).
Aunque inicialmente presuponía que las diferencias entre esos mundos estaban causadas enteramente por la subjetividad de los diversos puntos de vista humanos, no me llevó mucho abrir la cuestión a si no podría ser algo más que eso, que de hecho realidades plurales existían superpuestas unas otras como muchas transparencias usadas en el cine. Lo que sin embargo aún no comprendo es cómo una realidad entre muchas llega a materializarse en contraste a las otras. Quizá no lo hace ninguna. O de nuevo quizá depende de un acuerdo en el punto de vista por suficientes personas. Más probablemente el mundo matriz, el que tiene el verdadero núcleo de la existencia, es determinado por el Programador. Él o eso articula —imprime, por decirlo de alguna manera— la elección matriz y la mezcla con sustancia real. El núcleo o esencia de la realidad —ese que la recibe u obtiene y en qué grado— ese está dentro del alcance del Programador; esta selección y reselección son parte de la creatividad general, de la construcción de mundos, la cual parece ser su tarea. Quizá un problema que está abordando, lo cual es como decir que está en proceso de resolver.
Esta resolución del problema por medio de reprogramar variables a lo largo del eje del tiempo lineal de nuestro universo, generando por tanto mundos laterales bifurcados —tengo la impresión de que la metáfora del tablero de ajedrez es especialmente útil para evaluar cómo puede ser todo esto— debe de hecho ser así. Frente al Programador-Reprogramador se sienta una entidad contraria, a la cual Joseph Campbell llama el «Adversario oscuro». Dios, el Programador-Reprogramador, no está haciendo sus movimientos de mejora contra materia inerte; está tratando con un astuto oponente. Digamos que en el tablero de juego —nuestro universo en el espacio-tiempo— el adversario oscuro hace un movimiento; establece una situación real. Siendo el Adversario oscuro, la materialización de sus deseos constituye lo que experimentamos como malvado: deterioro, el poder de la mentira, muerte y decaimiento en todas sus formas, la prisión de la inmutable causa y efecto. Pero el Programador-Reprogramador ya ha establecido su respuesta; por su parte ya se han sucedido los movimientos. La plasmación, que nosotros tomamos como sucesos históricos, ocurre a través de fases de interacción dialéctica, tesis y antítesis como fuerzas mezcladas de ambos jugadores. Evidentemente algunas combinaciones caen a favor del Adversario oscuro y aún así no lo hacen, por el hecho de que anticipadamente nuestro gran defensor selecciona variables cuya acción le traen la victoria final. En cada una de las jugadas ganadoras nos reclama a algunos, aquellos que participamos en la secuencia, Esto es por lo que instintivamente la gente reza Libera me Domine, lo que decodificado significa «Libérame, Programador, así como obtienes una victoria tras otra; inclúyeme en el triunfo. Desplázame a lo largo del eje lateral de modo que no me quede fuera». Lo que percibimos como «quedarse fuera» es permanecer bajo la jurisdicción de —o caer presa de— el poder maligno. Pero ese poder maligno, aún con toda su astucia, ha perdido incluso cuando gana ya que en cierta forma el Adversario es ciego y el Programador-Reprogramador cuenta con una ventaja.
El gran filósofo medieval Avicena escribió que Dios no ve el tiempo como lo hacemos nosotros; es decir, para él no hay ni pasado ni presente ni futuro. Ahora, suponiendo que Avicena está en lo cierto imaginemos una situación en la que Dios, desde cualquier posición privilegiada en la que exista, decida intervenir en nuestro mundo espacio-temporal. Es decir, introducirse desde su reino atemporal en nuestra historia humana. Pero si solo hay realidad omnipresente desde su punto de vista, entonces fácilmente puede introducirse en lo que para nosotros es pasado de la misma forma que puede hacerlo en lo que para nosotros es presente o futuro. Es exactamente como un jugador de ajedrez contemplando el tablero; puede mover cualquier pieza que desee. Siguiendo el razonamiento de Avicena podemos decir que Dios deseando, por ejemplo traer el Segundo Advenimiento, no necesita limitar el evento a nuestro presente o futuro. Puede rasgar nuestro pasado; en otras palabras cambiar nuestra historia pasada. Puede hacer que algo haya sucedido ya. Y esto sería real para cualquier cambio que deseara hacer, grande o pequeño. Por ejemplo supongamos un suceso en nuestro año 1970 que no encaja con la idea de Dios de cómo debería haber ido todo. Puede hacerlo desaparecer, o manipularlo, mejorarlo. Lo que desee, incluso en un punto anterior en la línea temporal. Ésta es su ventaja.
Yo les propongo que tales alteraciones, la creación o selección de los así llamados «presentes alternativos», está teniendo lugar continuamente. El hecho de que podemos tratar con esta noción como concepto —es decir, contemplarla como una idea— es un primer paso para discernir tales procesos en sí mismos. Pero dudo que seamos nunca capaces de manera real de demostrar, o probar científicamente que semejantes procesos de cambio lateral suceden. Posiblemente todos nosotros tengamos o tuviéramos vestigios de recuerdos, impresiones fugaces, sueños, intuiciones nebulosas de que de alguna manera las cosas han sido diferentes en alguna forma y no hace mucho tiempo sino ahora. Podemos de manera consciente buscar un interruptor de la luz en el baño solo para descubrir que estaba —siempre lo había estado— en otro lugar completamente distinto. Podemos tratar de alcanzar el aire acondicionado de nuestro coche donde no hay aire acondicionado; un reflejo sobrante de un presente previo, aún activo en un nivel subcortical. Podemos soñar con personas y lugares que nunca hemos visto, tan vivamente como si lo hubiéramos hecho, como si realmente los conociéramos. Pero no sabríamos qué hacer con esto, asumiendo que tuviéramos tiempo para reflexionar sobre todo ello. Posiblemente nos sucediera a muchos de nosotros una sensación muy pronunciada, una y otra vez y siempre sin explicación. La narcada sensación absoluta de que ya hemos hecho algo antes de que estemos a punto de hacerlo, de que por decirlo de alguna manera hemos vivido una situación previamente. ¿Pero en qué sentido podría decirse «previamente» desde el momento en el que solo el presente, no el pasado, está involucrado? Tendríamos la abrumadora impresión de que estamos volviendo a vivir el presente, quizás de manera precisa del mismo modo, oyendo las misma palabras, diciendo lo mismo… Propongo que esas impresiones son válidas y significativas e incluso afirmaría lo siguiente: una sensación así es una pista de que en algún punto del tiempo pasado una variable fue cambiada —sería reprogramada— y debido a esto un nuevo mundo se desplegaría, llegando a ser materializado en el lugar del anterior. De hecho, en un sentido literal, estamos viviendo una vez más este segmento particular de tiempo lineal. Una ruptura, una manipulación, un cambio se ha realizado, pero no en nuestro presente. Ha ocurrido en nuestro pasado. Evidentemente semejante alteración tendría un efecto peculiar en aquellas personas implicadas; serían por decirlo de alguna manera colocadas de vuelta en una casilla o varias casillas del tablero de juego que constituye nuestra realidad. Se puede concebir que esto sucedería un número cualquiera de veces, afectando a cualquier número de personas cuando las variables alternativas son reprogramadas. Nosotros deberíamos de tener que vivir completamente cada reprogramación a lo largo del eje temporal lineal, pero para el Programador, a quien llamamos Dios, los resultados de la reprogramación serían aparentes inmediatamente. Nosotros estamos dentro del tiempo y él no. Esto también podría provocar a personas la sensación de haber vivido vidas pasadas. Podrían haber tenido vidas previas, pero no en el pasado, sino más bien en el presente. Quizás en un presente infinito repetido y repetido, como una gran esfera de reloj en el que la manecilla larga recorre la misma circunferencia para siempre, transportándonos inconscientemente, aunque con una vaga sospecha.
A partir de la resolución de cada encuentro de tesis y antítesis entre el Adversario oscuro y el Programador divino, una nueva síntesis es conformada, y a partir de ella es posible que cada vez que esto ocurre un nuevo mundo lateral se conforme. Y a partir de que concibo que cada síntesis o resolución es en cierto grado una victoria del Programador, cada mundo conformado en la secuencia debe ser una mejora no solamente sobre el anterior, sino una mejora sobre todas los resultados latentes o meramente posibles. Mejor pero para nada perfecto, es decir final. Se trata simplemente de una fase de mejora dentro de un proceso. Lo que contemplo claramente es que el Programador está perpetuamente utilizando el universo precedente como una gigantesca reserva para cada nueva síntesis, de modo que el universo antecedente posee un aspecto de caos o anomia en relación con un nuevo cosmos emergente. Por tanto el interminable proceso de conformación de mundos alternativos, emergiendo y siendo imbuidos con materialización, es entropicamente negativo de alguna manera que no podemos ver.
En mi novela Ubik presento un movimiento a lo largo de un eje entrópico retrógrado, en términos de formas platónicas más que de un deterioro o reversión que normalmente concebimos. Quizás el movimiento normal hacia adelante a lo largo de este eje, alejado de la entropía, acumulativo antes que disgregador, es idéntico con respecto a la línea del eje que represento como lateral, es decir ortogonal más bien que tiempo lineal. Si esto es así la novela Ubik contiene de forma inadvertida lo que podría decirse una idea científica antes que filosófica. Pero solo estoy conjeturando. Con todo el escritor de ficción podría escribir más de lo que sabe conscientemente.
Lo que nos deja ciegos respecto a esta jerarquía de forma evolutiva en cada nueva síntesis es que no somos conscientes de los mundos menores, desmaterializados. Y este proceso de interacción continuamente conformando los nuevos, anula en cada etapa esos que habían llegado previamente. Lo de que en cualquier instante presente poseamos el pasado tiene dos facetas pero ambiguas: poseemos rastros externos, objetivos del pasado incrustrados en el presente, y poseemos recuerdos internos. Pero ambos son ámbitos gobernados por la imperfección, ya que ambos son meramente pedazos de la realidad y no la base intacta. Lo que retenemos existencial y mentalmente es por tanto una guía incorrecta. Esto es implícito con respecto al surgimiento de la propia novedad; si es verdaderamente nueva, debe de alguna manera matar lo viejo, aquello que fue. Y especialmente aquello que no ha llegado completamente a ser.
Lo que necesitamos en este punto es localizar, para presentarlo como prueba, a alguien que ha logrado de alguna manera —realmente no importa cómo—conservar recuerdos de un presente diferente, impresiones de un mundo alternativo latente, diferente en alguna manera significativa al que se ha materializado en esta etapa. De acuerdo con mi punto de vista teórico, podrían ser casi seguro recuerdos de un mundo peor a este. Porque no es razonable que Dios el Programador-Reprogramador presentara un mundo peor en términos de libertad o belleza, o amor u orden, o bienestar en cualquier estándar que conocemos. Cuando un mecánico trabaja en tu coche estropeado no lo estropea más; cuando un escritor trabaja en el segundo borrador de una novela no la degrada sino que trata de mejorarla. Supongo que se podría discutir de una manera estrictamente teórica que Dios fuera malvado o estuviera loco y que de hecho sustituyera un mundo mejor por uno peor, pero francamente no puedo considerar esta idea seriamente. Desechémosla entonces. Preguntémonos. ¿Alguno de nosotros recuerda de alguna manera tenue una Tierra en torno a 1977 peor que esta? ¿Han tenido sus niños visiones y sus ancianos sueños? Pesadillas, especificamente, sobre un mundo de esclavitud y maldad, de prisiones y carceleros así como una policía omnipresente? Yo las he tenido. Escribo esos sueños novela tras novela, historia tras historia. Por nombrar dos en las cuales este horrible presente previo es más claro, citaré El hombre en el castillo y mi novela de 1974 sobre Estados Unidos como un estado policial, llamado Fluyan mis lágrimas, dijo el policía.
Voy a ser muy claro con ustedes: escribí ambas novelas en base a recuerdos fragmentarios residuales de ese horrible Estado mundial esclavo. O quizás el término «mundial» esté equivocado y debería decir «Estados Unidos», ya que en ambas novelas estaba escribiendo sobre mi propio país.
En El hombre en el castillo hay un novelista, Hawthorne Abendsen, quien ha escrito una novela sobre un mundo alternativo en el que Alemania, Italia y Japón pierden la Segunda Guerra Mundial. En la conclusión de El hombre en el castillo, una mujer se presenta en la puerta de Abendsen para decirle lo que él no sabe: que su novela es cierta; el Eje en efecto perdió la guerra. La ironía de este final —Abendsen descubriendo que lo que presuntamente debía ser pura ficción emanada de su imaginación era de hecho real— es esta: que mi propio aparentemente imaginado mundo de El hombre en el castillo no es ficción, o más bien solamente ahora es ficción gracias a Dios. Pero hubo un mundo alternativo, un presente previo, en el cual esa senda particular estaba materializada, materializada y entonces abolida debido a una intervención en alguna fecha anterior. Estoy seguro de que cuando me escuchan decir esto no me creen realmente, o incluso dudan de que yo mismo lo crea. Pero pese a todo es cierto. Tengo recuerdos de ese otro mundo. Eso es por lo que lo encontrarán de nuevo descrito en mi novela posterior Fluyan mis lágrimas dijo el policía. El mundo de Fluyan mis lágrimas es un real —o más bien una vez real— mundo alternativo y lo recuerdo al detalle. No sé quien más. Quizás nadie. Quizás todos ustedes siempre estuvieron, siempre han estado aquí. Pero yo no. En marzo de 1974 comencé a recordar de manera consciente, en vez de meramente subconsciente, esa prisión de hierro negro del Estado mundial. Tras recordarlo en forma consciente no tuve necesidad de escribir sobre ello porque siempre he estado escribiendo acerca de ello. Con todo mi sorpresa fue grande cuando ésto de repente comenzó a ser así, como estoy seguro de que pueden imaginar. Pónganse en mi lugar. En novela tras novela, historia tras historia, en un periodo de alrededor veinticinco años, escribí sobre un entorno particular alternativo, uno temible. En marzo de 1974 comprendí porqué en mi escritura continuamente volvía a una consciencia en conexión con ese mundo particular. Tengo buenas razones para ello. Mis historias y novelas eran, sin darme cuenta consciente, autobiográficas. Era —este retorno a los recuerdos— la experiencia más extraordinaria de mi vida. O más bien debería decir vidas, ya que tengo al menos dos: una allí y posteriormente una aquí, donde nos encontramos hoy.
Incluso puedo contarles lo que me provocó recordar. A finales de 1974 se me dio pentotal sódico para extraerme una muela del juicio dañada. Ese día más tarde, de vuelta en casa pero aún bajo los efectos del pentotal sódico, tuve un breve destello agudo de recuerdos recuperados. En un instante los obtuve todos, pero inmediatamente los rechacé —los rechacé sin embargo con la certeza de que lo que había rescatado en forma de recuerdos enterrados era auténtico—. Posteriormente a mediados de marzo el conjunto de recuerdos, completo, intacto, comenzó a volver. Son libres de creerme o no, pero por favor acepten mi palabra de que no estoy bromeando; esto es muy serio, un asunto importante. Estoy seguro que al menos estarán de acuerdo en que para mí incluso decir esto es fascinante. No sé de nadie que haya hecho esta afirmación antes, pero sospecho que mi experiencia no es única; lo que tal vez sea único es el hecho de que estoy dispuesto a hablar de ello.
Si me han seguido hasta ahora, me gustaría de manera cortés pedirles que me sigan un poco más. Querría compartir con ustedes algo que supe —recuperado— junto a los recuerdos bloqueados. En marzo de 1974 las variables reprogramadas juguetearon con el retorno a alguna fecha previa, posiblemente finales de los cuarenta. En marzo de 1974 los beneficios, los resultados, o al menos una y posiblemente más de las variables reprogramadas situadas junto a la línea temporal de nuestro pasado, se establecieron. Lo que sucedió entre marzo y agosto de 1974 fue el resultado de al menos una variable reprogramada establecida quizás treinta años antes, poniendo en marcha un hilo de cambio que culminó en lo que estoy seguro admitirán fue un suceso histórico importante de modo espectacular y único: la retirada forzosa de un presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, así como de todos los relacionados con él. En el mundo alternativo que recuerdo el movimiento por los derechos civiles, el movimiento pacifista de los sesenta, habían fallado. Y evidentemente a mediados de los setenta Nixon no fue apartado del poder. Lo que se opuso a él —si de hecho existió algo que lo hizo o pudo— fue inadecuado. De modo que uno o más factores tendentes a la destrucción del poder tiránico atrincherado nos fueron introducidos. La balanza se inclinó al máximo treinta años después, en 1977. Examinen el texto de Fluyan mis lágrimas y teniendo en mente que fue escrito en 1970 y publicado en febrero de 1974, hagan el esfuerzo de construir los sucesos previos que hubieran tenido que tener lugar para que existiera el mundo descrito en la novela en un futuro cercano. Un tema pequeño pero crítico es mencionado (creo) dos veces en Fluyan mis lágrimas. Tiene que ver con Nixon. En el mundo futuro de Fluyan mis lágrimas, en el terrorífico estado esclavista que existe y evidentemente ha existido durante décadas, Richard Nixon es recordado y ensalzado como líder heroico —de hecho se le refiere como el «Único segundo hijo engendrado por Dios»—. Es evidente por esta y muchas otras pistas que Fluyan mis lágrimas no aborda nuestro futuro sino el futuro de un presente alternativo al nuestro. Los negros en el momento de Fluyan mis lágrimas se habían convertido en una rareza ecológica como lo son las «grullas blancas». En la novela uno raramente ve negros en las calles de los Estados Unidos. Pero la época en la que se desarrolla Fluyan mis lágrimas es solo once años después de ahora: octubre de 1988. Obviamente el genocidio fascista hacia los negros comenzó mucho antes de 1977; esto me lo han apuntado muchos lectores. Incluso uno de ellos señaló que una lectura cuidadosa de Fluyan mis lágrimas no solo indica que la sociedad descrita —el estado policial de 1988— tuviera que ser una novela de mundo alternativo, sino que el lector apunta que de un modo misterioso al final de la novela, el protagonista —Felix Buckman— parece de alguna manera deslizado hacia un mundo diferente, uno en el que los negros no son exterminados. Tempranamente en la novela se estipula que una pareja de negros solo es permitida por ley a tener un solo hijo; sin embargo al final de la novela, el hombre negro que trabaja en la gasolinera abierta toda la noche saca orgullosamente una cartera y muestra al general de policía Buckman fotos de sus tres hijos. De alguna manera, exactamente como el Señor Togomi se deslizó de manera breve en nuestro presente alternativo, el general Buckman hizo lo mismo en Fluyan mis lágrimas. Es incluso evidente en el texto de Fluyan mis lágrimas cuando y donde el general de policía se trasladó. Fue inmediatamente antes de que aterrizara su vehículo volante en la gasolinera abierta toda la noche y encontrara —de hecho abrazara— al hombre negro. El punto de inflexión, es decir el momento en el que el mundo absolutamente represivo del conjunto de la novela se desvaneció, tuvo lugar durante el intervalo en el el que el general Buckman experimentó un extraño sueño sobre un anciano similar a un rey con barba blanca como la lana, llevando túnicas, así como un yelmo y adoptando una pose similar a la de los caballeros togados y con yelmo que aparecían en el mundo rural de granjas y tierras de pasto donde el general vivió de niño. El sueño —creo— era una descripción gráfica en la mente del general Buckman de la transformación teniendo lugar objetivamente; era una especie interiorización análoga a lo que estaba sucediendo fuera de él a todo su mundo.
Esto acontece al transformado Buckman, el muy diferente general de policía que aterriza en la gasolinera abierta toda la noche y dibuja el corazón con una flecha perforándolo, para dar el trozo de papel con su dibujo al hombre negro como un mensaje de amor. Buckman en la gasolinera en el encuentro con el negro desconocido no es el mismo Buckman que había aparecido antes en el libro: la transformación es completa. Pero él no lo percibe. Solamente Jason Taverner, el una vez famoso personaje televisivo que se levantó un día para encontrarse a sí mismo en un mundo del que nunca había oído hablar. Solo Taverner con su misteriosamente arrebatada popularidad quedando atrás, comprende que varias realidades alternativas —dos con una lectura somera pero al menos tres si el final es estudiado escrupulosamente—, solamente Jason Taverner recuerda. Este es el argumento totalmente básico de la novela: una mañana Jason Taverner, popular estrella televisiva y musical, se levanta en un sórdido hotel de mala muerte para encontrar todos sus documentos de identidad desaparecidos y aún peor, descubrir que nadie ha oído hablar de él. El argumento básico es que por alguna razón arcana la población total de los Estados Unidos ha olvidado en un instante a un hombre cuya cara en la portada de la revista «Time» debiera ser un rostro que, virtualmente cualquier lector, identificaría sin esfuerzo. En esta novela estoy diciendo que la completa población de un gran país, un país del tamaño de medio continente, puede despertarse un día y olvidar completamente algo que conocían previamente, y que ninguno de ellos se percate. En la novela hay una estrella televisiva y musical a la que han olvidado, lo que realmente solo es importante para esa estrella, o exestrella en particular. Pero pese a todo mi hipótesis es presentada aquí de manera camuflada porque estoy diciendo que si un país completo puede olvidar en una noche algo que todos saben, puede entonces olvidar otras cosas, cosas más importantes. De hecho cosas importantes en modo crucial. Estoy escribiendo sobre la amnesia por parte de millones de personas, de —por hablar de alguna manera— recuerdos falsos introducidos. Este tema de los recuerdos falsos es un hilo recurrente en mi escritura a lo largo de los años. Fue también el de Van Vogt. Y con todo, ¿puede alguien contemplar esto como una posibilidad seria que pudiera suceder realmente? ¿Quién de nosotros se ha preguntado esto? Yo no me lo pregunté antes de marzo de 1974. Me incluyo.
Recordarán que después de que el general de policía Buckman se deslizara a un mundo mejor, experimentó una transformación interior apropiada respecto a las cualidades del mundo más positivo. El mundo más justo, con más amor, más cálido, en el que la tiranía del aparato policial estaba ya comenzando a desvanecerse como el sueño tras el despertar del soñador. En marzo de 1974 cuando recuperé mis recuerdos enterrados (un proceso llamado en griego anamnesis, que literalmente significa la pérdida del olvido más que el simple recordar) la conciencia recuperada bajo esos recuerdos, yo —como el general Buckman— experimenté un cambio personal. Como el suyo, fue fundamental pero al mismo tiempo sutil. Era yo pero no era yo. Me di cuenta mayoritariamente por pequeñas vías: cosas que debería recordar pero no lo hacía, cosas que recordaba —¡menudas cosas!— y no debería. Evidentemente esta había sido mi personalidad en lo que yo llamo «Pista A». Puede que estén interesados en un aspecto de mis recuerdos restaurados que más sorprendente me parece. En el presente alternativo previo, en la «Pista A», el cristianismo era ilegal como lo había sido dos mil años antes en su concepción. Fue tomado como subversivo y revolucionario y —déjenme añadir— esta valoración por las autoridades policiales era correcta. Me llevó casi dos semanas después del regreso de los recuerdos de mi vida a la «Pista A» el deshacerme de la poderosa sensación de que todas las referencias a Cristo, todos los actos sacerdotales, debían ser mantenidos en absoluto secreto. Pero históricamente esto encaja con el modelo de una toma de poder fascista, especialmente uno en la línea nazi. Lo hicieron así respecto al cristianismo y caso de haber obtenido la victoria en la guerra, habría sido seguramente su política en la porción de los Estados Unidos que controlaran. Por ejemplo los Testigos de Jehova, bajo los nazis, fueron gaseados en los campos de concentración junto con los judíos y los gitanos. Se les colocó en lo alto de la lista. Y en ese otro estado totalitario moderno están prohibidos y sus miembros son perseguidos. Me refiero por supuesto a la Unión Soviética. Los tres grandes estados tiránicos en la historia que han asesinado a su población cristiana doméstica —Roma, el Tercer Reich y la Unión Soviética— son desde un punto de vista objetivo tres manifestaciones de una matriz única. Sus creencias personales propias sobre la religión no son el tema aquí: lo que es el tema es un hecho histórico y por tanto les pido ponderar objetivamente lo que significa el miedo abrumador que siento en relación con ritos cristianos y manifestaciones de fe, en relación con la «Pista A» recordada de forma abrupta. Nos dice cuan radicalmente diferente era. Me gustaría que ustedes, si han llegado tan lejos, aceptaran mis afirmaciones sobre mis otros recuerdos que volvieron con el pentotal sódico. Había una prisión, era temible. La derribamos al igual que derribamos la tiranía de Nixon, pero era mucho más cruel, de forma increíble, y hubo una gran batalla y pérdida de vidas. Y por favor déjenme añadir otro hecho, quizás irrelevante pero sin embargo interesante para mí. Fue en febrero de 1974 cuando mis recuerdos bloqueados de la «Pista A» retornaron y fue en febrero de 1974 cuando Fluyan mis lágrimas fue finalmente publicado tras dos años de retraso. Fue casi como si el lanzamiento de la novela, que se había demorado tanto tiempo, significaba en cierto modo que era para mí el momento correcto para recordar. Pero hasta ese entonces fue mejor para mí no hacerlo. El porqué sería así no lo sé, pero tengo la impresión de que los recuerdos no vinieron a la superficie hasta que lo hiciera el material publicado que muy sinceramente el autor creía era ficción. Quizás de haberlo sabido hubiera estado demasiado aterrorizado como para escribir la novela. O quizá hubiera cerrado el pico e interferido así de alguna manera con la efectividad de esos varios libros, cualquier efectividad que fuera o pudiera ser. Ni si quiera afirmo que hubiera un objetivo intencionado; quizá no hubiera ninguno en absoluto. Pero si hubiera uno —y repito la palabra «si» enfáticamente— sería casi seguro para incorporar recuerdos subliminales de vuelta a los lectores en una forma tenue. No de manera consciente, no en una entera consciencia como fue mi propio caso sino para recordarles en un nivel hondo y profundo, aunque inconsciente, como es una tiranía policial y cuan vital es ahora o entonces, en cualquier momento en cualquier pista, derrotarla. En marzo de 1974 los movimientos realmente cruciales para deponer a Nixon estaban comenzando. En agosto, cinco meses después, se probaron exitosos, aunque estas reprogramaciones —esta intervención en nuestro presente— podría haber sido diseñada más para afectar a un continuo futuro antes que a nuestro momento. Como dije al comienzo las ideas parecen tener una vida propia, parecen aprovecharse de la gente y hacer uso de ella. La idea que me asaltó hace veinte años y nunca me ha abandonado es esta: cualquier sociedad en la que la gente se mete en los asuntos de los demás no es una buena sociedad y un estado en el que el gobierno «sabe más de ti que tú mismo» como es expresado en Fluyan mis lágrimas, es un estado que debe ser derrocado. Podría ser una teocracia, un estado empresarial fascista, o un capitalismo reaccionario monopolístico, o un centralismo socialista. Ese aspecto no importa. Y no estoy meramente diciendo «puede suceder aquí» queriendo decir los Estados Unidos, sino más bien «recuerdo que ocurrirá aquí». Yo fui uno de los cristianos ocultos que luchó contra él y al menos en cierto grado contribuyó a derrocarlo. Y estoy muy orgulloso de ello: orgulloso de mí mismo en el tiempo de la «Pista A». Desafortunadamente hay un sombrío indicio que acompaña tanto a mi orgullo como a mi trabajo. Creo que en ese mundo previo no viví más allá de marzo de 1974. Caí víctima de una trampa policial, una red o celada. Sin embargo en esta, que llamo «Pista B», tuve mejor suerte. Pero en este recorrido luchamos contra una tiranía más suave o mucho más estúpida. O quizá hemos recibido asistencia. La anterior reprogramación de una o más variables vino en nuestro rescate. A veces pienso —y por supuesto esto es pura especulación, una feliz fantasía de mi alma— que gracias a lo que logramos allí —o intentamos de alguna manera y de forma muy valiente— a aquellos que estuvimos directamente envueltos se nos ha permitido vivir aquí, más allá del punto terminal que nos derribó en ese otro mundo peor. Es algún tipo de milagrosa merced.
Este regalo de gracia nos sirve —para mí al menos— para delinear algunos aspectos del Programador. Hace que en cierta forma lo comprenda. Creo que no puedo saber qué es, pero podemos experimentarlo actuando y así preguntar ¿a qué se asemeja? No ¿qué es él? Sino más bien ¿cómo es él?
Primero y más importante: él controla los objetos, procesos y sucesos en el espacio-tiempo de nuestro mundo. Esto es para nosotros el aspecto primario, aunque intrínsecamente pudiera poseer aspectos de más vasta magnitud pero menos aplicables a nosotros. He hablado de mí mismo como una variable reprogramada y he hablado de él como el Programador y Reprogramador. Durante un breve periodo de tiempo en marzo de 1974, en el momento que fui recombinado, fui consciente perceptiblemente —lo que quiere decir consciente en un modo externo— de su presencia. En ese momento no tenía idea de lo que estaba viendo. Parecía energía en forma de plasma. Tenía colores. Se movía rápido, acumulando y dispersando. Pero de lo que era, lo que él era, no estoy seguro ni siquiera ahora, excepto que puedo decirles que había simulado objetos normales y procedía como a copiarlos y de algún modo ingenioso a hacerse invisible dentro de ellos. Como el Vedanta defiende, era el fuego dentro del pedernal, el filo dentro de la navaja. Investigación posterior me mostró que en términos de experiencia cultural grupal, el nombre Brahma ha sido dado a esta entidad inmanente omnipresente. Cito un fragmento del poema estadounidense Brahma por Emerson. Expresa lo que yo experimenté:
Aquellos que me toman por dañino se equivocan
cuando huyen de mí, soy las alas
Soy el que duda y la duda,
y el himno que canta el brahmán. (2)
Con esto quiero decir que durante ese breve periodo de tiempo —en torno a horas o quizá un día— no fui consciente de nada más que no fuera el Programador. Todas las cosas en nuestro mundo poliforme serían segmentos o subsecciones de Él. Algunas estarían descansando pero otras muchas moviéndose y conformadas como porciones de un organismo que respira, inhala, crece, cambia y evoluciona hacia algún estado final que había elegido para sí mismo por su absoluta sabiduría. Quiero decir que lo experimenté como autocreándose, dependiente de nada fuera de Él debido simplemente a que no había nada fuera de Él.
Cuando vi esto sentí intensamente que había estado ciego todos los años de mi vida: recuerdo decir una y otra vez a mi mujer: «¡He recuperado mi vista ¡Puedo ver de nuevo!» Me pareció que hasta ese momento había estado simplemente suponiendo cómo era la realidad a mi alrededor. Comprendí que no había adquirido una nueva capacidad sino que más bien había recuperado una antigua. Durante aproximadamente un día vi como había sido todo hacía miles de años. ¿Pero cómo había llegado a perder la vista, esta mirada superior? La morfología debe estar aún presente en nosotros, no sólo latente: de otra manera no la podría haber retomado ni siquiera brevemente. Esto aún me confundía. ¿Cómo había sido que durante cuarenta y seis años no viera realmente sino que solo supusiera la naturaleza del mundo, para entonces contemplar fugazmente pero poco después perder esa mirada y quedar parcialmente ciego de nuevo? El intervalo en el que vi realmente fue evidentemente el intervalo en el que el Programador estaba rehaciéndome. Él había dado un paso adelante como sintiente y vivo, como establecido: se había revelado a sí mismo. Por ello se dice que el cristianismo, el judaísmo y el islam son religiones reveladas. Nuestro Dios es el Deus absconditus: el Dios oculto. ¿Pero por qué? ¿Por qué es necesario que seamos engañados respecto a la naturaleza de nuestra realidad? ¿Por qué se ha ocultado a sí mismo como una pluralidad de objetos sin relación y a sus movimientos como una pluralidad de procesos casuales? Todos los cambios, todas las permutaciones de la realidad que vemos son expresiones del intencionado crecimiento y desarrollo de esta simple entelequia; es una planta, una flor, una rosa que se abre. Es una colmena de abejas que zumba. Es música, un tipo de canto. Obviamente vi al Programador como es realmente, como se comporta realmente, solo porque me había tomado para rehacerme. De modo que digo «Sé porqué lo vi», pero no puedo decir «Sé porqué no lo veo ahora o porqué no lo hacen los demás». ¿Residimos en un tipo de holograma láser, criaturas reales en un cuasi-mundo manufacturado, un escenario montado dentro del cual artefactos y criaturas mueve una mente que está determinada a permanecer desconocida?
Un artículo de periódico sobre este discurso bien podría ser titulado «Autor afirma haber visto a Dios pero no puede explicar lo que vio»
Si tomo en consideración el término por el que lo he definido, el Programador y Reprogramador, quizá pueda extraer una respuesta parcial. Le llamo como lo llamo porque eso es lo que le contemplé haciendo: él había programado previamente las vidas aquí pero ahora estaba alterando uno o más factores cruciales con el objetivo de completar una estructura o plan. Trato de razonar en base a estas líneas. Un científico humano que maneja un ordenador no favorece ni deforma, no se opone a la conclusión de sus cálculos. Un etnólogo humano no se deja contaminar sus propios descubrimientos participando de la cultura que estudia. Lo que quiero decir es que en ciertos empeños es esencial que el observador permanezca apartado de lo que observa. No hay nada maligno en esto, no hay un engaño siniestro. Es simplemente necesario. Si de hecho estamos siendo colectivamente empujados por caminos deseados hacia una resolución deseada, él no debe ser palpable o el resultado será abortado. Hacia lo que debemos entonces volver la atención no es hacia el Programador sino a los eventos que ha programado. Aunque el primero está oculto los segundos nos encontrarán. Estamos mezclados en ellos, de hecho somos instrumentos por los que se cumplen.
No tengo dudas en mente del gran propósito histórico que tuvo efecto de manera tan espectacular y gloriosa en 1974. Actualmente estoy escribiendo una novela sobre ello. La novela se llama V.A.L.I.S. letras que significan «Vasto Sistema de Inteligencia Activa Viviente». En la novela un investigador del gobierno que está muy capacitado pero un poco loco, formula una hipótesis la cual declara que, en algún lugar de nuestro mundo existe un organismo imitador de gran inteligencia; imita de forma tan exitosa objetos y procesos naturales que pasan imperceptibles cotidianamente para los humanos. Cuando por casualidad o circunstancias excepcionales un humano los percibe, éste simplemente los llama «Dios» y lo deja así. Sin embargo en mi novela el investigador del gobierno está determinado a tratar a esta gran inteligencia imitadora del modo en que un científico abordaría cualquier cosa bajo escrutinio. Sin embargo el problema es que por su propia hipótesis no puede detectar la entidad, ciertamente una experiencia frustrante para él.
Pero en mi novela también escribo sobre otra persona desconocida para este investigador del gobierno; esa persona ha estado teniendo experiencias inusuales para las que no tiene una teoría. De hecho ha encontrado a Valis, que está en proceso de reprogramarlo. Los dos personajes poseen entre ambos la verdad completa: la correcta pero no demostrable hipótesis para uno, las experiencias inexplicables para el otro. Y este otro hombre, la persona no científica, con quien me identifico porque él como yo está comenzando a recuperar recuerdos de otro mundo, recuerdos que no puede explicar. Pero no tiene una teoría, ninguna en absoluto.
En la novela yo mismo aparezco como personaje con mi propio nombre. Soy un escritor de Ciencia ficción que ha aceptado un gran adelanto por una novela sin escribir y que debe aparecer con esa novela antes de una fecha límite. En el libro conozco a ambos hombres: Houston Paige, el investigador del gobierno con la teoría y Nicholas Brady, quien está sumergido en las experiencias insondables. Empiezo a hacer uso de material proveniente de ambos. Mi objetivo es simplemente ese de cumplir con la fecha límite del contrato. Pero conforme escribo sobre la teoría de Houston Paige y las experiencias de Nicholas Brady, comienzo a ver que todo encaja perfectamente. Yo en la novela tengo a la vez la llave y la cerradura. Nadie más.
Estoy seguro de que pueden ver que es inevitable que en mi novela Valis a la larga Houston Paige y Nicholas Brady se encuentren. Pero este encuentro tiene un extraño efecto en Houston Paige junto con la teoría. Paige cae en una crisis psicótica total como resultado de lograr la confirmación de su hipótesis. Puede imaginarla pero no puede creerla. En su cabeza su ingeniosa teoría está disociada de la realidad. Y esta es una intuición que percibe: que muchos de nosotros creemos en Valis o en Dios o en Brahmán o en el Programador, pero si alguna vez nos encontráramos con él sencillanente no podríamos lidiar con ello. Sería como un niño histérico en Navidades. Podría manejar la esperanza y la espera, podría rezar, podría desear, podría suponer e imaginar e incluso creer, pero la manifestación real es demasiado para sus pequeños circuitos. Después el niño crece y aparece el hombre. Y esos circuitos también crecen. Pero, ¿recordar un mundo diferente, descartado? ¿y percibir la gran mente planificadora que logra esa abolición, ese mal descosido?
Una cosa que quiero que sepan realmente es que soy consciente de que las afirmaciones que estoy haciendo —afirmaciones de haber recuperado recuerdos enterrados de un presente alternativo y haber percibido a la agencia responsable de haber llevado esa alteración— ni pueden ser probadas ni pueden ser hechas de forma que suenen razonables en el sentido habitual de la palabra. Me ha llevado tres años llegar al punto en el que estoy dispuesto a contar a todo el mundo, sin contar mis amigos cercanos, mi experiencia iniciada en el equinoccio de primavera de 1974. Una de las razones que me han motivado a hablar sobre ello al menos públicamente, a hacer abiertamente esta afirmación, es un encuentro reciente que he vivido, el cual por cierto posee una semejanza con la experiencia de Hawthorne Abendsen en El hombre en el castillo con la mujer Juliana Frink. Juliana leyó el libro de Abendsen sobre un mundo en el que Alemania, Japón e Italia pierden la Segunda Guerra Mundial y siente que debe decirle lo que ha comprendido sobre el libro. Esta escena final en El hombre en el castillo ha sido —creo yo— la fuente para una escena similar en mi historia posterior La fe de nuestros padres, donde la chica Tanya Lee aparece y presenta al protagonista la verdadera situación de la realidad, la cual es —por decirlo de alguna manera— que mucho de su mundo es ilusorio y lo es deliberadamente. Durante varios años he tenido la sensación, una sensación creciente, de que un día una mujer que me sería completamente desconocida contactaría conmigo, me contaría que tiene algunas informaciones que darme. Aparecería en mi puerta exactamente como Juliana apareció en la puerta de Abendsen e inmediatamente me contaría de la forma más seria posible exactamente lo que Juliana le contó a Abendsen: que mi libro en cierto sentido real, literal y físicamente, no es una ficción sino la verdad. Precisamente eso me ha sucedido recientemente. Estoy hablando de una mujer que sistemáticamente lee cada una de mis novelas, más de treinta, así como muchas de mis historias. Y ella apareció y era una total desconocida, y me informó de este hecho. Al principio tenía curiosidad por saber si yo mismo lo sabía o, si no era así, si lo sospechaba. El sondeo entre nosotros, el precavido interrogatorio, duró tres semanas. Ella no me informó abrupta o inmediatamente sino más bien de manera gradual, observando cuidadosamente cada paso del camino, cada paso a lo largo de la senda de comunicación y comprensión para ver mi reacción. Fue un asunto realmente solemne para ella conducir cuatrocientas millas en aras de visitar a un autor de quien tantos libros había leído. Libros de ficción, de la imaginación del autor, para contarle que existían mundos sobrepuestos en los cuales vivimos, no solo un mundo. Y que ella había comprobado que el autor de alguna manera estaba relacionado con al menos uno de esos mundos, uno cancelado en algún momento del pasado, retirado y remplazado, y —sobre todo— ¿era el autor conocedor consciente de esto? Hubo un momento tenso pero gracioso cuando ella llegó al punto en el que podía hablar sinceramente. Ese punto no llegó en nuestro encuentro hasta que ella estaba segura de que lo podía manejar. Pero yo había planteado teóricamente tres años antes que si mis recuerdos recuperados fueran auténticos, sería solo cuestión de tiempo que llegara un contacto, que tuviera lugar un precavido sondeo por parte de alguien, iniciado por una persona que había leído mis libros y por una razón u otra dedujera la situación real. Quiero decir que supiera la significativa información que portaban los libros e historias. Ella sabía a partir de mis libros e historias qué mundo había experimentado yo, cual de tantos. Lo que no pudo determinar hasta que se lo dije fue que en febrero de 1975 yo había cruzado a un tercer presente alternativo —«Pista C» deberíamos llamarlo— y este era un jardín o parque de paz y belleza, un mundo superior al nuestro, creciendo hacia la existencia. Le pude hablar entonces de tres en vez de dos mundos: el mundo de la negra prisión de hierro que había sido, nuestro mundo intermedio en el que la opresión y la guerra existían pero que en gran medida habían sido desterrados, y un tercer mundo alternativo que algún día —cuando las variables correctas de nuestro pasado hubieran sido reprogramadas— se materializaría como una superposición a este… y dentro del cual cuando nos despertemos a él, debemos suponer que siempre habremos tenido erradicado piadosamente el recuerdo de este mundo intermedio, como aquí el de la negra prisión de hierro.
Podría haber otras personas como esta mujer que ha deducido evidencias internas en mi escritura, así como de sus propios recuerdos vestigiales, que el paisaje que retrato como ficcional es o fue de alguna manera literalmente real y que si una sombría realidad pudiera haber ocupado en alguna ocasión el espacio que ocupa nuestro mundo, es lógico pensar que el proceso de reactualización no termina aquí. Este no es el mejor de los mundos posibles, de la misma manera que no es el peor. Esta mujer no me dijo nada que realmente no supiera, excepto que por llegar independientemente a la misma conclusión me dio el coraje para expresarlo, para contar esto pero sabiendo al mismo tiempo como lo sé que no hay forma —ninguna que yo conozca al menos— en la que esta información pueda ser verificada. Lo mejor que puedo hacer antes que eso es jugar el papel de profeta, de los antiguos profetas y oráculos como la sibila de Delfos y hablar de un maravilloso mundo jardín, muy parecido a ese que se ha dicho que nuestros ancestros han habitado. De hecho en ocasiones imagino que es exactamente ese mismo mundo restaurado, como si una falsa trayectoria de nuestro mundo fuera completamente corregida con el tiempo y una vez más estemos donde en una ocasión hace miles de años vivimos y fuimos felices. Durante el breve tiempo en el que he deambulado por él he tenido la fuerte impresión de que fue nuestro hogar legítimo que de alguna manera hemos perdido. El tiempo que pasé allí fue breve, en torno a seis horas transcurridas de tiempo real. Pero lo recuerdo bien. En la novela que escribí con Roger Zelazny, Deus Irae, lo describo hacia el final, donde la maldición es levantada del mundo debido a la muerte del Dios de la ira. Lo que me fue más sorprendente de este mundo parecido a un parque, esta «Pista C», fueron los elementos no cristianos conformando su fundamento. Mi entrenamiento cristiano no me preparó para él en absoluto. Aún cuando empezó a desvanecerse aún veía cielo, vi tierra y tranquila agua azul oscuro; y de pie al borde del agua una bella mujer desnuda que reconocí como Afrodita. En ese punto este otro mundo mejor se había reducido a un mero paisaje más allá de un dorado umbral rectangular. La silueta del umbral destellaba con luz parecida al láser y todo se fue haciendo más pequeño hasta acabar finalmente desapareciendo de la vista. El umbral de tres por cinco (3) devorándose a sí mismo en la nada y sellando lo que yacía más allá. No lo he vuelto a ver desde entonces pero tengo la firme sospecha de que este era el próximo mundo, no el de los cristianos sino la Arcadia del mundo pagano grecorromano, de alguna manera más antiguo y más bello que aquel que mi propia religión puede presentar como tentación para mantenernos en un estado de diligente moralidad y fe.
Lo que vi fue muy antiguo y bonito. Cielo, mar, tierra y la bella mujer. Y entonces nada, con la puerta cerrada y yo arrastrado de vuelta aquí. Fue con una amarga sensación de pérdida con la que lo vi irse. A ella la observe marcharse realmente teniendo en consideración que todo orbitaba en torno a su alrededor. Afrodita, descubrí cuando consulté mi Enciclopedia británica para ver lo que podía aprender sobre ella, no solo era la Diosa del amor erótico y belleza estética sino la manifestación de la propia fuerza de la vida generadora. Originalmente no era griega, al comienzo había sido una deidad semítica asumida más tarde por los griegos, quienes reconocieron algo bueno cuando la vieron. Durante esas horas atesoradas lo que vi en ella fue un atractivo del que nuestra propia religión, la cristiandad, carece al menos en comparación. Una increíble simetría, la «Palintonos armonía» de la que escribió Heráclito: la tensión perfecta y equilibrio de fuerzas dentro de la lira encordada, que se dobla por sus cuerdas estiradas pero que parece en perfecto descanso, perfectamente en paz. Es más, la lira encordada es un equilibrado dinamismo, inmóvil tan solo porque las tensiones en su interior se encuentran en una proporción total. Esta es la cualidad de la formulación griega de la belleza: perfección que es dinámica dentro de un aparente reposo. En contraste con esta «Palintonos armonía» el universo desarrolla el otro principio estético incorporado en la lira griega, la «Palintropos armonía», que es la oscilación adelante y atrás de las cuerdas cuando son tocadas. La vi quizá así, como la oscilación continua atrás y adelante que es el gran ritmo profundo del universo, con las cosas llegando a la existencia y muriendo. Cambio en vez de una durabilidad estática. Más bien había visto durante un tiempo paz perfecta, descanso perfecto, un pasado que hemos perdido pero un pasado retornando a nosotros como por mediación de una oscilación de largo término, para estar disponible en nuestro futuro en el que todas las cosas deberían restaurarse.
Hay un pasaje fascinante en el Antiguo Testamento en el que Dios dice «Porque estoy forjando un cielo nuevo y una nueva tierra y el recuerdo de las cosas anteriores no entrará en la mente ni llegará al corazón». Cuando leo esto digo para mi mismo «creo que conozco un gran secreto». Cuando el trabajo de restauración esté terminado ni siquiera recordaremos las tiranías, los crueles barbarismos de la Tierra que habitamos. «No entrará en la mente» significa que piadosamente olvidaremos y «ni llegará al corazón» significa que el gran conjunto de dolor y pena y pérdida y decepción en nuestro interior será eliminado como si nunca hubiera existido. Creo que ese proceso está teniendo lugar ahora, siempre ha tenido lugar ahora. Y se nos ha permitido por compasión olvidar lo que era antes. Y tal vez en mis novelas e historias he cometido el error de instarles a recordar (4).
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Notas:
(1) Philip K Dick señala que va a titular así su obra en una breve introducción ausente en la transcripción de texto.
(2) La traducción del poema es propia. Adjuntamos el original y otra versión, atribuida a Jorge Luís Borges:
They reckon ill who leave me out / When me they fly, I am the wings / I am the doubter and the doubt /I am the hymn the Brahmin sings.
Quienes me excluyen se equivocan/ si huyen de mí, yo soy las alas / soy el incrédulo y la duda/ y el himno que canta el brahmán.
https://www.poetryfoundation.org/poems/45868/brahma-56d225936127b
https://ricardoks.blogspot.com/2015/02/un-roce-con-ralph-waldo-emerson.html
(3) Presumiblemente pies. Por tanto serían casi un metro de ancho por algo más de uno y medio de alto (91,44 cm X 152 cm).
(4) Este último párrafo es muy interesante, pero conviene hacer una apreciación. En efecto aparece en la obra en la que se transcribió la conferencia y que he consultado, The Shifting Realities of Philip K. Dick: Selected Literary and Philosophical Writings en su edición de 1996, pero el metraje del vídeo se corta antes, así como la grabación en audio (en el párrafo anterior con aplausos). Mi hipótesis a la espera de poder indagar más es que Dick lo tenía así en la versión escrita pero no llegó a decirlo en la conferencia, tal vez porque el público comenzó a aplaudir. Ver enlaces.
Artículo introductorio a la conferencia con enlace al vídeo:
https://www.openculture.com/2021/08/hear-philip-k-dicks-famous-metz-speech.html
Hilo de reddit con la transcripción:
Audio en el que se corta la grabación en el penúltimo párrafo:
https://archive.org/details/pkdmetz
Traducción diferente a la nuestra en academia.edu:
https://www.academia.edu/120628770/Discurso_de_Metz_1977_Phillip_K_Dick
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