El centro comercial había sido diseñado sin ningún cariño. Gracias a eso no desentonaba en aquella ciudad fría y gris, cuya única razón de existir era albergar a los trabajadores de un cercano parque empresarial.
La repartidora Sandrina Lorenzo era lo opuesto a la ciudad. Tenía mejillas sonrosadas, cabello soleado y la capacidad de terminar el día más triste con una sonrisa. Ese día, Sandrina entró en el centro comercial a toda prisa porque se le había hecho tarde. Nada más verla, el guarda de seguridad corrió hacia ella y gritó:
—¡No entres, Sandrina! ¡Han matado a Papá Noel! —Tenía los ojos desorbitados, como un niño que acaba de descubrir el miedo.
—¿Un… asesinato? —musitó Sandrina, dejando en el suelo el paquete que llevaba en las manos. Sus ojos brillaron con una luz que parecía robada del azul del cielo.
Abrazó al guarda y dijo:
—Roi, tranquilízate. Cuéntame qué pasó.
—Jopé, Sandrina, dijiste que este iba a ser un trabajo tranquilo… Y ahora se me va a caer el pelo. Y todo por tu culpa —se quejó Roi, que tenía tendencia a decir cosas injustas.
—Deja de ser tan egoísta y dime qué sucedió.
Roi condujo a Sandrina al interior del centro comercial y señaló a un hombre sentado frente al gran árbol de Navidad instalado en el vestíbulo. El hombre era un Papá Noel de manual —con barriga, barba, saco y todo lo que esperas encontrar— y tenía dos heridas sangrantes en el pecho.
—Roi, ¿qué pasó?
El guarda miró a Sandrina con perplejidad antes de contestar.
—Hace una hora un tipo vestido de Papá Noel, o sea este tipo muerto de aquí, entró en el centro comercial. Se me acercó y me preguntó si había un paquete para él. Le contesté que no y le expliqué que la repartidora, o sea tú, no sueles venir hasta última hora porque el centro comercial te queda de camino a tu casa, por lo que que deberías de llegar en cualquier momento. Así que se sentó frente al árbol a esperar. Las tiendas fueron cerrando y la gente fue marchándose, y esto quedó más vacío que la casa de un divorciado. Excepto por Papá Noel y yo, así que le dije que era hora de irse. Y después fui a revisar los aseos. Al volver me lo encontré muerto, como está ahora. Entonces llegaste tú.
Sandrina asintió pensativa varias veces. Luego volvió sobre sus pasos, cogió el paquete que había dejado en el suelo y escaneó el código de barras con su PDA.
—¿Qué estás haciendo? —gruñó Roi—. ¿No deberíamos llamar a la Policía? Y ya podemos ir olvidándonos de la cena de Nochebuena…
—Espera un momento, aquí hay más tela que cortar de la que tú te crees.
Sandrina le mostró la pantalla de la PDA a Roi.
—«Entregar al cadáver de P. N.» —leyó el guarda—. ¿Por qué me enseñas esto?
—¿No te dicen nada las siglas P. N.? —inquirió Sandrina—. ¡Papá Noel, Roi! Y dice «Entregar al cadáver». ¿Te das cuenta? Tenemos que abrirlo.
Sandrina se sentó junto al cadáver de Papá Noel y abrió el paquete. Dentro había una botellita medicinal y un papel con algo escrito.
—«Echar tres gotas en cada herida» —leyó la repartidora en voz alta.
—Si se trata de una broma te juro que… —gruñó Roi.
—No seas tontaina, no es ninguna broma.
Roi pareció tranquilizarse. Prefería que hubiera un asesino suelto por el centro comercial a ser objeto de burla.
Entre los dos tumbaron a Papá Noel en el banco y a continuación Sandrina vertió la medicina en las heridas de acuerdo con las instrucciones. Al instante Papá Noel abrió los ojos. Roi dio un salto hacia atrás. Sandrina mantuvo la calma.
Papá Noel se incorporó en el banco.
—¡Me has salvado! ¡Gracias! Odio estar muerto, hace mucho frío —dijo Papá Noel al tiempo que se frotaba las manos—. Os debo una explicación. Hace tres días me enteré de que el granuja de Rudolph planeaba asesinarme. De alguna manera, consiguió convencer a los demás renos para que se amotinaran contra mí, hoy, en este centro comercial. Dejé que se saliera con la suya para quitármelo de encima, así no me molestará esta noche. Todavía me quedan muchos regalos por repartir.
Roi sacudió la cabeza.
—¿De verdad que fue el reno quién lo atacó? —balbuceó el guarda.
—Así es. Me clavó los cuernos hasta matarme.
Nadie dijo nada durante varios segundos.
—Esa especie de… elixir de vida, ¿qué es? —preguntó Sandrina.
—Precisamente eso: un Elixir de Vida. Cuando descubrí el perverso plan de Rudolph, decidí enviármelo usando tu empresa de paquetería.
—¿Y por qué hizo eso? Pudo habérselo traído en el bolsillo —planteó la repartidora.
Papá Noel elevó la voz:
—¡No! Los renos tienen muy buen olfato, si llevara el elixir encima se darían cuenta. Tampoco podía ocultarlo en mi saco porque los elfos son muy cotillas y bocazas y se irían de la lengua. Además, necesitaba que alguien me administrara las gotas. No podía hacerlo yo porque estaba muerto, claro. Y hay una razón más por la que escogí tu empresa.
Papá Noel señaló a Sandrina.
—Tú —dijo.
—¿Yo?
El corpulento bonachón se puso de pie.
—Sabía que tú me ayudarías. Y tu furgoneta de reparto es ideal para llevar los regalos a los niños. No te preocupes por nada, mientras yo vaya en ella la furgoneta llegará a todas partes a tiempo. Y en mi saco tengo todos los regalos que necesitamos.
Papá Noel cogió el saco y se dirigió hacia la salida del centro comercial.
—Tenemos que empezar ya. ¿Vienes con nosotros, Roi? —preguntó desde la puerta.
Al guarda se le abrieron mucho los ojos.
—Sí, vente. ¡Será divertido! —lo animó Sandrina, siguiendo al gordinflón vestido de rojo y blanco.
—Yo… —musitó Roi—. ¿No será peligroso? ¿Y si el reno regresa para terminar la faena?
—No te preocupes por Rudolph, esto no fue más que una travesura de Navidad. Hace algo así cada año. Esta noche dormirá contento, pensando que se ha salido con la suya. Pero mañana se arrepentirá y se alegrará un montón cuando descubra que su plan ha fracasado. No es malo, sólo se comporta así por el estrés. ¡Ho, ho, ho!
—¿Una travesura? —murmuró Roi.
—¡Sube, Roi! —gritó Sandrina desde la furgoneta—. Esta noche no te espera nada mejor, sólo la casa vacía de un divorciado.
Roi se quedó mirando a la repartidora.
—Tengo que reconocerle una cosa, señor —dijo Roi unos segundos después al tiempo que se sentaba en la furgoneta junto a Papá Noel—: la fama que tiene de bonachón es totalmente merecida.
Travesura de Navidad © 2024 by Pablo A. García is licensed under CC BY-NC-SA 4.0.
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