“Los Chuchesh” de Antaño: los reyes de los 80-90 (cigarrillos de chocolate, gominolas, “Peta Zetas”, “Boomer”, polvos Sidral)

Ya que hay algunos políticos que nos dan unos cuantos disgustos, al menos (el que no se consuela es porque no quiere) tenemos los loles. Y el acordarme de lo de “los chuchesh” (por cierto presidente, es femenino: ciertamente risas, pero en la expresión fue todo mal) nos va a servir para recuperar unas cuantas golosinas, sobre todo de antaño, cuando este humilde escriba era niño y el azúcar era una droga con tanta extensión que ríanse de la cocaína. Bueno, lo sigue siendo, pero entonces más. Vayan pidiendo cita con el dentista. Hoy hablaremos de cigarrillos de chocolate (y no me refiero al costo), gominolas, “peta zetas”, chicles (con especial atención al Boomer, aunque yo sea Milennial, je je je) y polvos pica pica. Por cierto, chuchería etimologicamente parece provenir del mozárabe chocho, que aludiría —lo que son las cosas— a “salado”, posiblemente refiriéndose a pequeños aperitivos entre comidas principales. Todo bien pero, madre mía, entre unas cosas y otras ya me está subiendo la tensión sin haber ni siquiera comenzado.

Conduciéndote a la “drogaina” desde la más tierna infancia (versión internacional) Creative Commons en elkioskodekela.blogspot.com

CIGARRILLOS DE CHOCOLATE

De lo más recordado, entre otras cosas porque —por suerte— un producto así nos parece inconcebible en nuestro país. Te acercabas a la tienda siendo un niño, te comprabas un paquetico de Watson (aquí disimulaban un poco en el nombre) o directamente de Ducados o Fortuna (lo que imagino que contaría con la vergonzante aquiescencia, activa o pasiva, de Tabacalera) y ¡ale!, a darle chupadetas al “cilindrín, fotero”. Cuando te cansabas de imitar al yonki tabaquístico hacia el que productos así te iban empujando a ser, quitabas el papel y te zampabas el piti en su modalidad chocolate con leche, o sea, mogollón de dulce. Por cierto que la envoltura tendía a pegarse en demasía al comestible, de modo que muchas veces pasó que me tuve que comer de propina trozos de papel. Todo mal, ¡pero qué mayores creíamos ser!

Con respecto al azúcar y el cacao, es de estos casos de productos en los que como sucedé con el café, en nuestra historia nutricional la “dama blanca” que diría “Disco Stu” en realidad se ha comido al producto original. En muchos casos no gusta el sabor amargo, sino los efectos que encajan con el sistema en el que vivimos: la cafeína para compensar las horas de sueño y lo dulce para activar artificialmente las áreas de placer de nuestro cerebro. Como diría aquel, el chocolate como sustitutivo del sexo y el café del chocolate. Resultado: que vamos todos por ahí con unas ojeras del tamaño de un campo de fútbol (medida estándar universal).

Conduciéndote a la drogaina desde la más tierna infancia (versión nacional) CC en el kisokodekela.blogspot.com

Bien, cuentan las crónicas que tal vez el primero en tener esta “brillante” idea de cigarrillos chocolateados fue el británico Milton Snavely Hershey —quien también se dedicó mucho a los caramelos—, con sus Baby Chocolate Cigars en 1906. El tío se forró y puso su granito de arena, cierto es que eran otros tiempos con mucha menos información, al tabaquismo mundial desde peques. A la altura de los 80 y de los 90 ya no veo yo tanta excusa, pero en gran parte la industria tabacalera —como se ve en la muy recomendable película El dilema (Mann, 1999)— había maniobrado eficazmente para ocultar los desastres para con la salud vinculados a su producto. Y mientras tanto la marihuana (por cierto, se puede tomar en muchos otros formatos que no son cigarrillos) prohibida por “nuestro bien”. Hay que jod… fastidiarse.

En nuestro país estas imitaciones llevan prohibidas desde 2005 cuando la legislación antitabaco vetó cualquier producto “que imite e induzca a fumar”. En otros lugares esto no sucede y he visto sitios en los que se publicitan, por ejemplo, puros de chocolate como “perfectos” para “celebrar un nacimiento” ¿? Claro, que nostalgia de los tiempos en los que las salas de espera de los paritorios estaban llenas de humo, con muchas veces padre, amiguetes y familia medio borrachos esperando la llegada de la criaturica.

Paraguas de chocolate. Con este no podías jugar a hacer como en Cantando bajo la lluvia. (Creative Commons en mmpapillonblogspot.com.es)

Entre otros formatos un tanto “rarunos” que he visto por ahí y no conocí están las sardinas de chocolate en una caja imitando a una lata —esto tal vez nos enseña a que nuestra comida de adultos también se iba a basar mucho en las conservas— pero entre los que sí que viví y son muy recordados están los paraguas de chocolate, que me encantaban, y que daban menos problemas en su “desenvolvimiento” que los cigarrillos.

Por cierto, unos pequeños apuntes sobre el chocolate. Muy conocido es que, proveniente de América donde las culturas indígenas lo usaban como bebida e incluso moneda, la primera preparación del producto en lo que luego sería España es muy posible que ocurriera en el Monasterio de Piedra de Zaragoza (visita muy recomendable, por cierto). Por aquí apetecía ya más tirando a dulce, para lo que se mezclaba con canela o vainilla, pero con la llegada de prensas industriales en el siglo XIX se metió ya azúcar a gogó. Y así hasta hoy que —como en otros productos— dependiendo de la variedad del chocolate, el principal ingrediente es el endulzante.

DuffMan formato chicle. CC en nolohepillado.blogspot.com

CHICLES (El BOOMER)

Recuerdo en época del instituto, cuando existía aquello llamado COU, bromas referidas a este chicle a través de su figura promocional que se estiraba, cual inspector Gadget, hasta el infinito. “¿Me acercas eso? No soy Boomer” y cosas así (qué “chispa” teníamos, por lo que de mayor “mechero”. Basta).

“Chicle” (tzictli) es una palabra que viene precisamente, como “chocolate” (Xocolatl, significa “fermentar”), del idioma mesoamericano Náhuatl referido a “sustancia pegajosa”. Vamos, que llevamos chicles en las suelas (puaj) desde hace milenios, porque de hecho la goma de mascar más antigua que se conoce es desde el Neolítico hace 5000 años, gracias a un yacimiento finlandés en el que se encontró brea de abedul con marcas de dientes (yum). Si tenemos en cuenta que en las excavaciones nórdicas las condiciones permiten una buena conservación de restos fungibles, es de esperar que haya habido chicles incluso desde más atrás en el tiempo, pero que se hayan perdido en los diferentes estratos geológicos.

Pero bueno, que me lío. Como les comentaba una de las marcas estrella durante los 80-90 fueron los Boomer, que se llegaron a producir en la localidad de Tarazona a partir de 1988 cuando la producción de la empresa fundada por Celestino Solano (la de los caramelos —poca sorpresa— Solano, nacidos como antitusivos con el uso de malvavisco) se trasladó desde La Rioja tras una serie de vicisitudes familiares.

Caramelos Solano. Conozco gente que a día de hoy tiene mucha debilidad por ellos. CC en nikkymoda.blogspot.com

Los chicles, apoyados en una publicidad y en un superhéroe de marca que nos encantaba, tuvieron bastante éxito. Y gracias a la magia de la química, que sirve para construir cosas peligrosamente “petables” como “pepinos” nucleares, también nos trajo la posibilidad de explotar globos de goma de mascar de divertidos sabores como menta (clásico), fresa (juvenil), fresa ácida (posiblemente mi favorito porque soy un outsider radikal), clorofila (fueeerte) o directamente —entre otros— vanguardia pura como natillas ¿? No sé qué alquimia traía este sabor al chicle pero, no sé ustedes, yo prefiero mantenerme en una feliz ignorancia.

¿Y qué me dicen del boomer “extralargo”? Alguna vez lo compré y más bien tengo el recuerdo de ser una petardez porque no te lo podías comer de una vez. Además casi mejor no recordar exactamente lo que podía llevar en los bolsillos de entonces y pudiera unirse a un material pegajoso con un envoltorio abierto. Hablando de recuerdos, de las prácticas por ensayo-error que me motivaban bastante estaba el hacer precisamente globos de chicle. Me viene a la mente la epicidad que me supuso el lograr, seguramente sería un Boomer —de mis favoritos y muy buenos para eso— una pompa más grande que mi cara. Mi orgullo no debió de llegar a durar más que unos nanosegundos en el mitaverso, porque cuando aquello explotó… bueno, digamos que hubiera preferido la bomba nuclear con lo que me costó quitar toda aquello de las gafas.

Por cierto que he visto que al menos la modalidad extendida (maxiroll), con una longitud de 180 cm (yo mido bastante menos) se sigue vendiendo, ahora en el seno de la compañía Wrigley, que también posee otras marcas famosas como Sugus, Orbit o la misma Solano. He mirado en la tienda de unos grandes almacenes que también son un tanto de antaño para el que suscribe. Se ofrecen por casi tres euros la unidad. Les dejo la lista de algunos ingredientes para que se les haga la boca agua: azúcar, goma base, jarabe de glucosa, humectante glicerina, almidón de maíz, aromas, acidulante ácido málico, emulgente lecitina de soja, potenciadores del sabor… Por un poquito de dinero ¡el festival de la tabla periódica en nuestras bocas!

La planta del regaliz. Dominio Público en Wikipedia.

REGALIZ DE PALO:

Uno de los temores de la infancia de la época era que nos vendieran droja en la puerta del cole. Pero la verdad es que a mi nunca nadie me vendió ningún estupefaciente en la escuela, sino que si más bien entendemos como tal al azúcar, ya iba yo a comprarlo a la tienda en formato legalizado. Lo que sí que se vendía por la calle era el regaliz de palo, que ciertamente me encantaba y que —dicho sea de paso— también usábamos para hacer que fumábamos y es que en aquellos tiempos —para que nos vamos a engañar— le daba al caliqueño todo Dios, y al final los niños imitan a los adultos, en lo bueno y en lo malo.

La cuestión es que esto, también conocido en otras zonas por derivación de “Palo dulce” como Paloduze, Paloduz, Palodú o en países como Argentina—como Patoruzú, es la raíz de la Glycyrrhiza Glabra, que no deja de ser un tipo de planta leguminosa (es decir que sus frutos son legumbres). Se conoce su uso en infusión desde tiempos inmemoriales, entre otros motivos precisamente por su carácter antitusivo, lo que ha hecho que esté presente en otros productos clásicos, como las pastillas Juanolas. También en el regaliz industrial, aunque ya saben… más azúcar. Y en fin, aunque hiciéramos el canelo con él haciendo que era un puro, a mucha gente le ha servido para el loable objetivo de dejar de fumar. Cuidado, alguna contraindicación tiene, por ejemplo para personas con problemas de hipertensión o mujeres en proceso de gestación (ver la sección ¿Quiere saber más?).

A tope. Creative Commons en gominolasdepetroleo.blogspot.com

PETA-ZETAS/POLVOS SIDRAL:

Venga, junto todo esto a lo loco porque estas son variedades que tendíamos a mezclar con otros productos en nuestras bocas o fuera de ellas y comenzar el inherente camino de todo ser humano: jugar a ser Dioses. Los Peta-Zetas suena un poco a banda organizada, pero en realidad son un dulce carbonatado, es decir, que lleva anhídrido carbónico. O lo que es lo mismo, como esos refrescos ideales para quitar la sed en vez de los aburridos té natural helado o agua con limón, por citar dos ejemplos inverosímiles. El camino de este tipo de dulces lo comenzaron a recorrer personas como William Mitchell o Leon T. Kremzner en empresas como General Foods, creando lo que se conoció como pop rocks o más tarde popping candy, patentando este inconmensurable logro del conocimiento de la humanidad en 1961, aunque no se iniciaría su comercialización hasta 1976. La cuestión es que el anhídrido se queda en formato burbuja con un recubrimiento de caramelo y cuando este se disuelve ¡pop! y todas esas cosas.

La General Foods lo tuvo en venta hasta 1983, pero no me resisto a comentarles así un poco por lo bajinis que esta compañía fue adquirida por —qué casualidades— la gran tabacalera estadounidense Philip Morris en 1985. Seguro que no tenemos que sacar ningún tipo de conclusión de que las tabacaleras hayan estado pululando —entre otros campos— por el de la alimentación. Seguro que no.

Por lo que respecta al caso español, la conocida marca de nuestro país surgió a raíz de la fundación —en 1979— de la empresa Zeta Espacial con la idea de vender un producto similar al descrito, pero en una modalidad desarrollada por el químico Ramón Escolà y colaboración de Antonio Asensio, fundador ¡chan chan! del Grupo Z de comunicación. Y de ahí a nuestras bocas, enjuagadas en ocasiones en un bello totum revolotum con, precisamente, bebidas carbonatadas. Y aquí hay que comentar la leyenda urbana en una variante diferente a la —tal vez más famosa— del Baileys con Coca Cola. Aunque hay ligeras diferencias en esta narración: en la “bebible” se formaban —nos contábamos los unos a los otros— unos “cristales mortales” (parece el título de algún telefilm de sobremesa) mientras que en la que entraban en juego los caramelos te explotaba el estómago. Así, sin paños calientes, que eran los 80. Bueno, Chuck Norris usaría esa mezcla, si hubiera sido cierto que a los demás les petaba la tripa, para cepillarse con ella los dientes mientras apaleaba a enemigos de la democracia. Por cierto, hablando de los Estados Unidos, incluso se le llegaron a poner nombres y apellidos a una víctima: el actor infantil John Gilchrist, quien habría explotado tras probar la fatídica mezcla (¿se imaginan?). Pero como todo esto pues —que quieren que les diga— puede ser una cochinada, pero no deja de ser una leyenda urbana pues el chaval no hizo un Pollock sobre el gotelé y creció hasta convertirse en un importante cargo de la MSG Network. Otra historia de éxito. Volviendo a España, Peta-Zetas fue también el nombre de un late night en Antena 3 presentado por José Corbacho. Lo he revisitado y he podido ver chistes sobre las tetas de Sabrina Salerno con ella presente en el plató y comentarios respecto al despido de Maria Teresa Campos. Duró cinco episodios, aquí lo que parece que explotó fue el programa.

Vamos a ir terminando, que los niveles de azúcar ya van por encima de los recomendados por la OMS (25 gramos al día por persona con un límite de 50, que en España algún año hemos superado con 70 y en la capital del reino, Estados Unidos, con 126). Bueno, nosotros en nuestra ciudad a los polvos pica-pica —no los de broma, también muy usados por entonces— los llamábamos directamente Sidral por la marca y, gracias a su cómodo formato “tubito”, nos dedicábamos a bañar todo tipo de “otros chuchesh” con ellos, como por ejemplo las gominolas (por supuesto las que imitaban a botellas de Coca Cola eran de las favoritas), a las que el azúcar ya les rebosaba de por sí cubriendo toda la gelatina animal con la que se han venido realizando algunas variedades: así que cuidado con el tipo para chupetear, personas vegetarianas.

Clasicazos junto con los de imitación a la botella de Coca-cola (Creative Commons en Flickr por Juan Antonio Capó Alonso)

Como conclusión podemos decir que los tiempos han cambiado desde los ochenter, en algunas cosas para bien (incluimos un enlace con la normativa europea sobre el consumo de azúcar, que trata de ponerle —algo— de coto) y en otras para mal (siempre me acuerdo de cuando se podía pagar una casa en siete años, algo que podemos calificar de “Retro-Ciencia ficción”). Aquí el que suscribe es cada vez más anarquista, qué le vamos a hacer, así que eso de las prohibiciones —con muchos matices que ahora no voy a desgranar— no va mucho conmigo. Pero sí es cierto que las decisiones, por ejemplo de algo tan importante como los hábitos alimenticios, a veces necesitan de información que, por ciertos factores que pueden intuir, está de vez en cuando un poco escondidilla.

Cuenta José Enrique Campillo en el libro “El mono obeso” (2010, también recogido en una de las fuentes que enlazamos) que más que ser lo que comemos, “somos un producto de lo que nuestros antepasados comieron”. Más antaño que en los años 80 (sí, pasaron cosas antes) la evolución fue importante para mantener a los especímenes más capacitados para resistir sin comida abundante. Los procesos de acumulación de grasas eran importantes en esto y tal vez nuestra querencia al azúcar viene como herencia de aquello. Pero claro, ahora en muchas sociedades esto, por la superabundancia de productos procesados, es un problema. Así que nuestra es la decisión de hasta donde dejamos que se usen estas cuestiones biológicas —en algunos casos en contra de nuestra salud— para beneficio de cierto mercado. Ojo, esto no tiene nada que ver con la nostalgia. Practicamente todo tiene un consumo responsable y yo fui un niño mayormente feliz con algunos buenos recuerdos vinculados a productos como los expuestos. Pero hay que contarlo todo. Por cierto, como dato dulce sin contraindicaciones, Gominolas fue también el sobrenombre de César Astudillo, quien realizó algunas memorables bandas sonoras de videojuegos de por aquel entonces, sobre todo en Topo Soft. Uuuum, esto sí es una explosión de sabor.

Desperado es uno de los títulos en los que participó Astudillo.
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¿QUIERE SABER MÁS?

—Efectos beneficiosos (y contraindicaciones) del regaliz de palo:

https://www.ecoagricultor.com/el-regaliz-es-antiacido-beneficioso-en-casos-de-gastritis-y-ulceras-estomacales/

https://www.eldiario.es/era/virtudes-peligro-consumir-regaliz-regularidad_1_1258492.html

—Sobre la historia de los cigarrillos de chocolate:

https://www.elindependiente.com/economia/estrellas-estrellados/2017/07/22/cuando-los-ninos-fumaban-cigarrillos-de-chocolate/

—Sobre los problemas derivados de la adicción al azúcar:

https://psicologiaymente.com/clinica/adiccion-al-azucar

—Legislación europea referida a los azúcares:

https://eur-lex.europa.eu/ES/legal-content/summary/sugars.html

—Diferentes variantes del chocolate:

https://www.afuegolento.com/articulo/el-chocolate-el-azucar-ii-parte/287/

—Historia de los Peta Zetas:

https://cincodias.elpais.com/cincodias/2013/07/26/sentidos/1374871451_547840.html


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Autor del artículo

Víctor Deckard

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