Hay espacios importantes que pueden ser relativamente conocidos, sobre todo para las gentes que viven en sus cercanías. Pero a veces ocurre que incluso estos lugares tienen una relevancia histórica que queda más o menos cubierta por “las nieves del tiempo”. Uno de ellos es el parque “José Antonio Labordeta” en Zaragoza, el cual puede mostrar ―si se buscan― lecciones de relevancia local, nacional e incluso internacional. Esto es no solo por su propio interés, que lo tiene, sino porque entra en comunicación con entornos cruciales de época contemporánea. Fundamentalmente el Canal Imperial de Aragón, una de las obras civiles más importantes en la Europa del siglo XVIII; y el monte de Torrero, donde se dio uno de los primeros episodios más tristemente característicos del mundo actual: el uso de artillería contra población civil en batallas urbanas.
En primer lugar podemos decir que la planificación y materialización del parque responde a elementos eminentemente racionalistas e historicistas, característicos de la ideología burguesa impulsada por parte de la Revolución Francesa. Esta clase social, con un poderío económico basado en la industrialización por un lado y progresivamente en la especulación, así como en la extracción de recursos de otras clases o lugares, entendía que había conquistado el mundo y hasta a la naturaleza. De esta idea surge en las artes plásticas el modernismo, el art decò o la organización artificial de los entornos ecológicos de todo tipo. Todo es medible, todo se puede entender con la ciencia, todo se puede resolver. Las ciudades son cada vez más grandes, el fenómeno de la contaminación procedente de fábricas y automóviles es nuevo pero se expande con fuerza, se diluye el contacto con el entorno natural. Es interesante observar como en las mansiones modernistas se emplean los nuevos materiales industriales, el acero y el vídrio, para elaborar elementos ornamentales como hojas o plantas, que recuerdan a una naturaleza cada vez más ausente. En las ciudades se hacen imprescindibles nuevas canalizaciones, así como fuentes, pero también espacios verdes que permitan cierto retorno a los bosques perdidos y que representen algo de evasión respecto a las ciudades cada vez más hacinadas.
Los parques no solo tienen una utilidad higiénica, representan igualmente la cosmovisión de la nueva élite, porque el arte es mensaje y el urbanismo puede estudiarse desde la arqueología. En los nuevos espacios entran los cálculos, la matemática desde una oficina, la llamada racionalidad. Hay avenidas, fuentes ornamentales, esculturas que enseñan lecciones poco casuales. De todo ello participa el lugar protagonista de este artículo. Erigido entre 1913 y 1927 para ser inaugurado dos años después, surge como un gran monumento a la burguesía que en España está viviendo un florecimiento tras la independencia de Cuba. En Aragón aparecen por doquier azucareras de remolacha y los institutos de crédito, que derivarán con el tiempo en bancos comerciales, financian empresas. Mientras tanto las demandas de los cada vez más numerosos obreros, que intentan alcanzar una vida digna, resultan molestas a las élites. A veces se ha presentado a España como una anomalía dentro de la historia europea. Esto no es así, aunque los ritmos difieran entre los distintos países. Aquí la burguesía, como en otras naciones, tampoco duda en aliarse con dictadores que sirven de dique de contención a veces sangrienta, frente a las peticiones de justicia social. El primer nombre que recibirá este parque es el de Miguel Primo de Rivera, jefe de gobierno de una dictadura permitida por el monarca Alfonso XIII y sustentada en el apoyo de la mayor parte de la gran burguesía de toda España.
Todo lo anterior, como sucede a lo largo y ancho de Europa, queda reflejado en espacios urbanos como este. Las grandes calles del parque permiten no solo el paseo, sino también el recorrido en calesas u otros vehículos. Hay subdivisiones con sus propios significados, como los quioscos de música, estructuras modernistas en cuyo mensaje no se suele incidir. Eran de los pocos lugares en los que estaba permitido el contacto público entre hombres y mujeres. Por eso ahí están de nuevo materiales como el acero, pero también símbolos de fertilidad como las piñas.
El espíritu científico también impregna los parques. Los jardines botánicos, habituales de esta época, recuerdan que plantas y árboles tienen sus ecosistemas particulares, pero así mismo potenciales usos de una medicina cada vez más importante. Por otro lado si observamos atentamente algunas de las esculturas, en contradicción con el mensaje cientifista de la razón como único medio de conocimiento, nos recuerdan que tras la mitología hay mucha sabiduría desde la antigüedad. Por ejemplo en el conjunto escultórico del Doctor Cerrada (1857-1928), uno de los impulsores de la mejora del alcantarillado de la ciudad, y que se presenta acompañado del centauro Quirón. Éste fue sanador de todo tipo de animales, también humanos, usando plantas medicinales que descubría cuando cabalgaba por entornos naturales. Se cuenta que renunció a la inmortalidad, que cedió a Prometeo, para escapar del dolor incurable que le produjo una flecha de Hércules. Sobran las palabras.
Incluso podemos ir más allá en las contradicciones burguesas, pues es una clase que ha presentado la mitología como verdadera cuando le ha convenido para fines políticos. No son otra cosa más que leyendas lo que los nacionalismos (ideología eminentemente controlada por élites) ofrece como historia “científica”. Lo podemos observar aquí en una de las esculturas principales del parque, la espectacular de Alfonso I “el Batallador”: monarca medieval que no tuvo nada que ver ―más allá del uso propagandístico― con una idea de nación como las conocidas siglos y siglos después de su vida. En el caso español (también del nacionalismo aragonés) apoyada en narraciones legendarias en realidad acientíficas desde el propio nombre, como la denominada “reconquista”. Si observamos los elementos estéticos, podemos entender que poco difieren de la plasmación artística de figuras legendarias, como la señalada de Hércules: fortaleza, cuerpo apolíneo, o reflejo de una voluntad férrea en rasgos físicos armónicos.
El espacio en el que se encuentra la idealizada escultura del monarca, se encuentra elevado sobre la mayor parte de la superficie del parque. Esto es así porque ya forma parte del monte de Torrero, una de las estribaciones que rodean a la ciudad y que es un lugar que aún no se es consciente en general de su importancia. Por un lado fue escenario de algunas batallas en la Guerra de sucesión española, clave para la conformación del estado español contemporáneo; por otro es uno de los mejores sitios para observar el Canal imperial de Aragón. Su construcción fue un hito a nivel europeo durante la época, y esclusas como la de Casablanca o Valdegurriana estaban a la vanguardia de la ingenieria hidráulica. No se llegó a lograr el objetivo de unir el mar Cantábrico con el Mediterráneo, pero la prueba de su relevancia la da el hecho de que sigue siendo clave en los regadíos de la cuenca media del Ebro. El Canal del Midì francés, muy similar, es Patrimonio de la Humanidad. El popular barrio de Torrero, que cuenta historias de reivindicaciones similares a la de otros lugares (desde Vallecas a San Pauli, por citar un par de los más conocidos) nació en gran medida como lugar de alojamiento de los primeros trabajadores vinculados al Canal Imperial.
Pero Torrero nos cuenta otra historia mucho más oscura y a su vez clave para entender nuestro presente. Demuestra que la aparente racionalidad burguesa que, se decía, iba a llevar a la emancipación humana también por su control de la naturaleza, era en gran medida una fachada, un cuento. Aun a día de hoy, especialmente en su país, se percibe a Napoleón como una especie de adalid de los valores positivos de la Revolución Francesa. A saber: libertad, igualdad y fraternidad. Pero en verdad trajo algunos de los elementos más perniciosos de ese episodio histórico: el nacionalismo, o las guerras de expansión justificadas en que se producían sobre pueblos “atrasados”. Para los historiadores contemporáneos, los modernos conflictos que desembocarán en el uso científico del exterminio como es tristemente famoso en las Guerras Mundiales, nacen con los enfrentamientos napoleónicos, como los que se sufrieron en la Península Ibérica. En concreto el de los sitios de Zaragoza fue uno de los episodios más luctuosos al respecto.
Los sitios de Zaragoza (1808-1809) supusieron uno de los primeras dinámicas bélicas que luego veríamos en otros momentos: los asedios urbanos y la toma de civiles como objetivo. La ciudad fue desgraciadamente pionera en lo que posteriormente encontraríamos en Londres, Dresde, Stalingrado, Sarajevo, Hiroshima, e incluso a día de hoy en Ucrania o Palestina. La artillería es un arma eminentemente contemporánea que se ha usado para arrasar urbes en su totalidad. Los miradores del parque nos muestran como desde el lugar toda la ciudad era facilmente atacable de este modo, así que el ejército napoleónico usó el monte de Torrero para emplazar los cañones que dejaron la localidad convertida en un montón de escombros.
Muchos años después de la inauguración del parque, uno de los artistas y políticos más queridos de España, José Antonio Labordeta, enseñó otra filosofía muy diferente a la burguesa. Sus cantos al Moncayo nos recuerdan lo crucial del equilibrio con la naturaleza, sus demandas sociales se hermanaron con las de los trabajadores residentes en Torrero ―entre otros lugares― que construían ellos mismos sus viviendas (las llamadas “parcelas”, algunas de las cuales aún se pueden ver). Con buen criterio tras su temprana muerte en 2010, se decidió rebautizar al parque con su nombre. Durante décadas los zaragozanos se habían resistido etimologicamente a la tiranía de los dictadores, pues aunque la mayor del tiempo el nombre oficial fue el de “Primo de Rivera”, casi todo el mundo se refería a él como “parque grande”. Pero por fin llegaba un nombre, el del cantautor aragonés, que recogía los mejores mensajes de un entorno así. El parque nos une con la naturaleza, pudiendo seguir desde él los cursos de los ríos Huerva o del Canal, que por otro lado deberían estar mejor habilitados e informados; y nos ofrece lecciones de historia como las contadas aquí. Información valiosa para un mundo mejor que necesitamos, independientemente de nuestro origen. Pues el trabajador no podrá vivir sin naturaleza, pero el gobernante tampoco. Ojalá los paseos por sitios como este se lo recuerden a unos… y a otros.
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GALERÍA FOTOGRÁFICA
¿QUIERE SABER MÁS?
―Vídeo sobre el parque:
―Vídeo sobre “El bocal de Fontellas” (Navarra), lugar de nacimiento del Canal Imperial:
―Vídeo sobre el cauce bajo del Huerva y la llamada casa “del duende” desde una perspectiva histórica:
―Vídeo sobre las “murallas de Grisén”, uno de los hitos del Canal Imperial:
―Vídeo sobre Contrebia Belaisca y el Monasterio de Santa Fe, lugares de gran importancia histórica en el curso bajo del Huerva:
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