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Hace cincuenta años la revista “Esquire” publicaba un breve relato del escritor William Harrison: The Rollerball Murder. Inédito en castellano, supuso sin embargo un punto de inflexión relevante para la Ciencia ficción ―en estética y fondo― de todo el mundo, en gran medida por su conversión a una película de culto dos años después que guionizó el propio escritor. El texto es pionero dentro de un subgénero, el Ciberpunk, que formalmente se fundaría una década después con Blade Runner (1982) y Neuromante (1984). Sin embargo, algunos de los elementos nucleares del movimiento se encontraban ya en el trabajo de Harrison. Pasemos a analizarlo y contextualizarlo brevemente.
El arte no es indiferente de su época histórica y mucho menos la narrativa de Ciencia ficción, gran espejo proyectado hacia el futuro pero cuya imagen devuelve el presente. 1973 es el año de la llamada crisis del petroleo, y los años 70 son el momento de eclosión de la ruptura social del orden establecido tras la Segunda Guerra Mundial. Tras el gran conflicto bélico, el llamado mundo occidental había vivido unas décadas de estabilidad basadas en el fortalecimiento del Estado de bienestar, en aras de reducir el recorrido de movimientos populistas y por el miedo al bloque “enemigo”, fundamentalmente representado por un comunismo interpretado por el tamiz leninista (y posteriormente nacionalista-stalinista) de la Unión Soviética. Ambos contendientes, rectores de la mayor parte de la dinámica política global, poseían sin embargo una serie de contradicciones internas que les llevaron a serios problemas, los cuales desembocaron en el pesimismo y crítica política que orbitó la cultura de los 70. Como este artículo versa sobre una obra estadounidense, podemos decir que en el caso de este país las fallas sistémicas venían dadas por una contradicción entre el fortalecimiento de la sociedad civil interna y una geopolítica exterior neocolonialista (Vietnam, actuaciones en América latina, por citar algunos ámbitos), así como por el progresivo cambio político de unas élites hacia los postulados turbocapitalistas de la Escuela de Chicago y que cristalizarían en los gobiernos de los 80 de Reagan o ―en el caso británico― de Thatcher.
La música fue también un reflejo de esta cuestión, con el desarrollo del movimiento punk, con una profunda carga nihilista y que se atacó duramente por las élites políticas de todo el globo. Su estética ―que permeará en la Ciencia ficción― tenía además un claro significado apocalíptico, como se puede leer en obras imprescindibles sobre esta corriente como Por favor mátame. Una historia oral del punk. (McNeil, McCain, 1999). Será precisamente el formalismo que adoptarán obras icónicas como Mad Max (Miller, 1979) pero previamente otras como Un muchacho y su perro (Jones, 1975, basada en un relato de Harlan Ellison) o, precisamente Rollerball (Jewison, 1975).
No voy a adentrarme en la película, mucho más conocida. Valga decir que, apoyada en el texto publicado en Esquire, supuso otro ladrillo más de una Ciencia ficción setentera que estaba inmersa con pleno derecho en el cine del llamado “Nuevo Hollywood”, comprometido socialmente y catalizador de la fallas internas anteriormente señaladas. El género fílmico de grandes salas estuvo ahí hasta el cambio de paradigma que marcó el estreno de Star Wars en el 77. Posteriormente vamos a hallar casos de este tipo de cine social (la señalada Blade Runner puede ser un gran ejemplo) pero cada vez más aislados dentro del mainstream y es significativo que la película de Scott fuera un fracaso en una taquilla más atraída hacia otras perspectivas. Anteriormente el cine comprometido tuvo grandes hitos con obras de la talla de Taxi Driver (Scorsese, 1976) o El cazador (Cimino, 1978), pero la Ciencia ficción no se quedó atrás desde 2001 (Kubrick, 1969. En gran medida una obra sobre la deshumanización) hasta la ecológica Naves misteriosas (Trumbull, 1972) pasando por muchas otras más desconocidas, como la divertida parodia que es La carrera de la muerte del año 2000 (Bartel, 1975).
Por lo que respecta a la literatura podemos afirmar que dentro de estas corrientes tendió a ir un paso por delante del cine. Si la crisis evidente de los 70 fue recogida por las obras fílmicas, sus inquietantes preludios encontraron ecos en los libros. La conocida como generación beat con autores como Kerouac o Burroughs anticipaban en gran medida la desesperanza punk, Bukowski empezaba a ser cronista ―sin paños calientes moralistas― de los desposeídos, mientras que en la Ciencia ficción la conocida como “nueva ola” se introducía sin temor en temas políticos desde los 60, aunque pudiéndose encontrar rastros de ella incluso en la década anterior.
Así las cosas no es de extrañar que en los 70 aparecieran textos eminentemente sociales como el de Harrison, y que el campo estuviera abonado para adaptaciones importantes al cine. Fue el caso de Rollerball, parecido a otros como el inaugurado por Robert Sheckley, quien con sus textos La séptima víctima (1953) y The Prize of Peril (1958) inspiró enormemente películas posteriores del género distópico como las representadas por el “deporte de la caza al hombre” y que tiene uno de sus ejemplos más conocidos en Perseguido (Glaser, 1987) (1)
En el caso de The Rollerball Murder, pese a su brevedad, se profundiza más en el mundo distópico que en la película. Sabemos que el mundo está dirigido por megacorporaciones, poseyendo cada una de ellas algún servicio básico privatizado, de modo que nos encontramos que controlan Energía, Transporte, Comida, Vivienda, aparte de Servicios y Bienes generales de consumo. La desigualdad social se canaliza fundamentalmente ante el deporte violento conocido como Rollerball, en el que las reglas son cambiadas constantemente para hacerlo más sanguinario y por tanto más atractivo a unas politicamente adormecidas masas. En este contexto Jonathan, jugador principal de un equipo en la órbita de la empresa de Energía, encuentra cada vez más preguntas respecto a una sociedad que no le satisface pese a poseer en gran medida lo máximo que puede ofrecer.
Se trata de un relato valiente, que pone el énfasis en la crítica hacia el sistema propio, lo cual es imprescindible en la ética política. Es fácil ver fallos en la ideología ajena, mientras que no tanto en la que rodea al cronista, pero habitualmente se consigue la más valiosa denuncia cuando se habla de los “míos” y no de los “otros”. En este sentido, aunque demostrado el carácter alienante de regímenes como el soviético por numerosas obras, Harrison pone de manifiesto con su narración que los profetas del mercado capitalista, es decir las grandes empresas, también suponen un peligro real para el individuo. En su relato describe como los ejecutivos hacen todo lo posible para la desaparición de los libros, buscando que la población vire hacia entretenimientos más inofensivos con respecto al sistema (2) y como el saber es entendido desde una perspectiva meramente utilitarista: “el conocimiento ha de servir para el poder o simplemente te hace caer en la melancolía” dice el dueño de una de las grandes compañías, en una filosofía que nos hace recordar como en el “mundo real” desde amplios sectores de la política se califica a las humanidades de inútiles.
En definitiva un texto que ejemplifica muy bien una corriente cultural que, medio siglo después, describe en gran medida nuestro mundo y parte de sus peligros. Viva la Ciencia ficción.
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(1) Perseguido es adaptación de una obra de Stephen King, de quien yo considero que puede considerarse (entre otras muchas cosas) un escritor social, y que es un literato de primer orden inscrito en corrientes maravillosas como la Ciencia ficción surgida de la “nueva ola”. En mi opinión en algunos exponentes del cine de acción de los 80 se pueden encontrar algunos ecos de las películas sociales de la década anterior.
(2) Las grandes novelas distópicas ya alertaron sobre ello. Y desde luego con respecto al tema de los libros el modelo es Fahrenheit 451 (Bradbury, 1953) precisamente una de las obras que anticipa el Ciberpunk.