Está generalmente aceptado que, aunque existieron otros precursores, el subgénero de espada y brujería fue creado en la década de los años veinte y treinta del siglo XX por Robert E.Howard en sus relatos de Conan el Bárbaro y Kull. Esa denominación, no obstante, no fue acuñada por Howard sino que apareció bastantes años más tarde de su muerte, en 1961, propuesta por otro de los mejores y más originales escritores que hayan cultivado esa particular temática heróica: Fritz Leiber.
Cubierta de Weird Tales (1934) ilustrando una historia de Conan (Dominio público)
Leiber fue un escritor muy prolífico que gozó del aprecio de crítica y público, ganando numerosos premios y abarcando una amplia variedad de géneros entre los que destacaron la ciencia ficción, el terror y la fantasía. Pero para muchos es únicamente conocido por su principal creación, los espadachines pícaros y aventureros Fafhrd y el Ratonero Gris.
Fritz Leiber Junior (como firmaba al comienzo de su carrera) nació en 1910 y desde el principio estuvo estrechamente ligado al mundo de la ficción, gracias a su padre, que además de actor de teatro clásico participó en películas de Hollywood. Leiber también realizó sus pinitos en el mundo de la interpretación (en 1936, tras contraer matrimonio, se trasladó a Hollywood) y ejerció de predicador (laico), además de ser un experto jugador de ajedrez y esgrimista. Y aunque se graduó en Psicología y Filosofía, fue la literatura hacia donde decidió encaminar sus esfuerzos profesionales. Al comienzo de su carrera estuvo muy influenciado por H.P.Lovecraft (con quien mantuvo correspondencia, animándolo a continuar escribiendo) y Robert Graves, pero durante la década de los 40 el género que más cultivó fue la ciencia ficción al convertirse en un colaborador regular de “Astounding Science Fiction”, la revista que, dirigida por John W.Campbell, se había convertido en el principal referente de ese género.
Portada de Future Fiction (1941) anunciando una de las novelas cortas de Leiber (Dominio público)
Durante los años 30, Leiber y un amigo, Harry Otto Fischer, crearon dos carismáticos personajes, Fafhrd y el Ratonero Gris, así como la ciudad donde transcurrirían muchas de sus aventuras, Lankhmar. Sin embargo, al principio, personajes y entorno no estuvieron ligados. Mientras que Fischer comenzó –y abandonó- una historia ambientada en el mundo de Lankhmar, Leiber empezó –y también dejó inacabada- otra que colocaba al dúo aventurero en la Roma del emperador Claudio (inspirada por la magnífica novela “Yo, Claudio”, de Robert Graves, recién publicada por entonces). Sí completó otro relato, “El gambito del adepto”, en el que Fafhrd y el Ratonero corrían una peripecia en el Oriente Próximo del siglo III a.C.
Al final, sin embargo, Leiber optó por fusionar personajes y entorno en una serie de aventuras, el ciclo de Fafhrd y el Ratonero Gris, que iría ampliando continuamente hasta su muerte en 1992. La primera historia, originalmente titulada “Dos buscando aventuras” pero más tarde renombrada como “Las joyas en el bosque”, fue publicada en abril de 1939 en la revista “Unknown”, la cabecera especializada en fantasía editada por Joseph W.Campbell.
Pimera portada de la versión en inglés de “Dos buscando aventuras (1958, Gnome Press. Fair Use en Wikipedia)
Leiber escribió seis historias más de la serie antes de que “Unknown” cerrase en 1943, quedando las dos últimas inéditas. Al final, encontró otras revistas en las que darles acomodo así como una versión más pulida de “El Gambito del Adepto”; pero aparte de esto, parecía que las aventuras de Fafhrd y el Ratonero Gris habían llegado a su final. En los días de esplendor de las revistas pulp era muy raro que las series sobrevivieran al cierre de la cabecera que las publicaban y Leiber dedicó su atención a otros proyectos, como sus primeras novelas, “Esposa hechicera” y “¡Hágase la oscuridad”.
Y así siguieron las cosas hasta 1959, cuando Cele Goldsmith, editora de “Fantastic Magazine”, convenció a Leiber para salir del semiretiro en el que se había sumido tras sufrir un grave bloqueo, dedicándole todo un número de la revista y encargándole un nuevo relato “por los viejos tiempos”. El resultado, “Malos tiempos en Lankhmar”, tuvo tan buena acogida y resultó tan satisfactorio para el propio Leiber, que la serie resucitó. Durante los años sesenta, Leiber escribió muchas más historias, casi todas publicadas en “Fantastic Magazine”. Una de ellas fue la magnífica “Los señores de Qarmall”, versión ya completa del relato escrito treinta años antes por Fisher (quien declaró su felicidad al descubrir, por fin, cómo terminaba la aventura).
A finales de los sesenta, Ace Books contrató a Leiber para realizar una edición de las aventuras de Fafhrd y el Ratonero Gris recopiladas en forma de libro. Así, Leiber las ordenó cronológicamente según la ficticia vida de los personajes y escribió varias historias y relatos cortos para rellenar los huecos. Una de ellas fue un relato, “El grial impío”, en el que se contaba el origen del Ratonero y que completaba otro ya existente, “Las mujeres de la nieve”, en el que se narraba el de Fafhrd en los Yermos Fríos. Ambas historias, junto a aquella en la que ambos se conocen, “Aciago encuentro en Lankhmar” (ganadora de los premios Hugo y Nébula), formaron el primer y muy recomendable volumen, “Espadas y demonios”. El segundo, “Espadas contra la muerte” constaba del material publicado originalmente en “Unknown” mientras que los tres siguientes estaban formados por las historias escritas en los sesenta.
Portada en inglés de “Espadas y demonios” (1970) Ilustración por Jeff Jones (licencia CC por Will Hart en flickr)
Leiber continuó escribiendo aventuras del dúo durante los setenta y ochenta, destacando especialmente la novela “Isla de la escarcha” (1977), material todo él que fue recopilado en otros dos volúmenes: “Espadas y hielo mágico” y “El caballero y la sota de espadas”. No había signos de que hubiera terminado con estos personajes cuando su muerte en 1992 finalizó forzosamente la serie (al menos la firmada por Leiber, puesto que en 1998 apareció una nueva novela escrita por Robin Wayne Bailey: “Espadas contra el país de las sombras”).
Fafhrd y el Ratonero Gris ha sido una serie que ha gozado de una gran popularidad entre los aficionados a la fantasía por varias razones, pero sobre todo por sus personajes, un dúo como no había existido otro en la fantasía. El Ratonero Gris es, quizás, el más misterioso de los dos. De pequeña estatura –especialmente al lado de su gigantesco amigo-, es un ladrón de rápido ingenio y aguda inteligencia que no tiene reparos en jugar de vez en cuando con la magia, que se encuentra a sus anchas en los oscuros y peligrosos callejones de Lankhmar y cuyos gustos sexuales se van deslizando conforme avanza la serie hacia el incómodo terreno de las jovencitas púberes. Fafhrd, por su parte, es un gigante bárbaro de las tierras norteñas, rubio, fornido y de aspecto y maneras algo toscas. Pero aquí terminan los parecidos con otros héroes bárbaros de espada y brujería, porque él sí se siente a gusto en las decadentes ciudades de Nehwon y, aunque más lacónico que el Ratonero, no le anda muy a la zaga en ingenio y resolución.
Ambos, no obstante, funcionan mucho mejor cuando actúan juntos. Cada uno destaca por comparación con su amigo y, al mismo tiempo, su asociación extrae lo mejor de ellos como individuos. Ninguno de los dos es más protagonista que el otro y es su interacción lo que dota de atractivo a sus historias.
Existe además un amplio elenco de personajes secundarios: nobles y campesinos, hechiceros y ladrones y una interminable lista de novias y amantes cuyas relaciones no suelen perdurar más allá de la aventura en que las conocen. Los personajes más recurrentes son dos magos de apariencia sólo vagamente humana y sexo indeterminado: Ningauble de los Siete Ojos y Sheelba del Rostro sin Ojos, a quienes ambos guerreros se hallan unidos por un juramento de servicio y para quienes deben cumplir ocasionalmente arriesgadas misiones. Sheelba es un ser lacónico que vive en una choza que se desplaza por los pantanos mediante zancos (una referencia al mito ruso de Baba Yaga), mientras que Ningauble, que mora en una caverna desde donde se puede acceder a una multitud de mundos, es parlanchín hasta el cansancio… excepto cuando más lo necesitarían los héroes. Ambos magos manipularán y utilizarán a los héroes, que a veces son interpretados como marionetas del destino marcadas por la tragedia (especialmente al principio de su asociación, cuando sus actos provocan la muerte de sus respectivas amadas).
El mundo de Nehwon (que es “nowhen” , “ahoraentonces”, escrito al revés y que remite al libro utópico “Erehwon” de Samuel Butler) es un personaje en sí mismo y especialmente su ciudad más importante: Lankhmar. Reminiscente de una antigua ciudad mediterránea, superpoblada, cosmopolita, sucia y corrupta, Lankhmar está gobernada nominalmente por el Señor Supremo, pero en realidad manejada por los mercaderes y otros grupos profesionales, especialmente el Gremio de Ladrones. Rodeada de húmedos pantanos que cubren todo de una asfixiante neblina, la ciudad es también sede de las más pintorescas sectas y cultos. Existe incluso un organizado reino de ratas inteligentes acechando en el subsuelo de la ciudad. Su laberinto de calles, plazas y tabernas de evocadores nombres no sólo anticipó las ficciones de otros muchos escritores, desde Terry Pratchett (Ankh-Morpork) hasta George R.R. Martin (Desembarco del Rey) sino que ha servido de modelo para ciudades de fantasía en series de televisión, video juegos, películas y juegos de rol.
Ilustración de Nehwon por Jim Cawthorn (Fair Use) y “Guía de la ciudad de Ankh-Morpork” (Licencia CC por F_A en flickr)
El amplio mundo que rodea a Lankhmar está igualmente lleno de vida y extrañas tierras, ciudades, montañas y desiertos dispuestos a ser explorados por el lector a través de las aventuras de Fafhrd y el Ratonero. A diferencia de Tolkien y Howard, Leiber nunca planeó meticulosamente y de antemano la geografía de su mundo imaginario, limitándose a añadir lo que le interesara en cada historia. Ello no le restó un ápice capacidad evocadora. Encontramos, sí, algunos tópicos de este tipo de relatos, algunos netamente racistas y propios de la época pulp, como una Europa vagamente distorsionada y un trasunto de continente asiático repleto de malévolas hordas barbáricas. Pero Leiber demostró mayor capacidad creativa que Howard, más “realista” y repetitivo éste en sus brujos y monstruos hiborios. En Nehwon hay laberínticas ciudades subterráneas, serpientes de hielo, joyas inteligentes, mujeres cuyos esqueletos son visibles a través de su piel y carne transparentes, nieblas letales, dioses estrafalarios, brujas submarinas, bazares milagrosos… Hay veces, incluso, en las que el dúo abandona Newhon y se traslada al pasado de nuestro propio mundo; o a la inversa, personajes mitológicos de nuestra historia, como Odin y Loki, se pierden y acaban en Newhon… hay incluso un extraño pasaje en “Espadas de Lankhmar” en el que un aventurero dimensional alemán aparece para salvar la vida de los protagonistas a lomos de un dragón marino de dos cabezas.
En esta serie, Leiber creó muchos de los elementos que posteriores autores convirtieron en tópicos bien establecidos, como la existencia de un Gremio de Ladrones o el carácter ambiguo de sus protagonistas, nunca enteramente heróicos o malvados. Pero además, y quizá más importante, estas aventuras exhiben un estilo muy característico que combina la exuberancia, el humor y cierto surrealismo. Los relatos de Conan escritos por Robert E.Howard tenían una prosa funcional que describía con seriedad un mundo dominado por la violencia, la magia y las intrigas políticas. Leiber se toma mucho menos en serio que Howard a sus héroes, enfrentándolos con amenazas impredecibles y extrañas. El lector jamás podrá adivinar cuál será el contenido de la próxima aventura del dúo, porque éstos luchan contra demonios submarinos en el lecho oceánico o escalan la mayor montaña de Nehwon, se alquilan como mercenarios en un intrincado reino subterráneo dividido por rencillas familiares o se encuentran convertidos en ratas que tratan de evitar la invasión total del mundo humano por parte de hordas de roedores inteligentes.
Existe, no obstante, una evolución en las historias de Fafhrd y el Ratonero Gris. Las escritas en los años treinta son cuentos cortos que exhiben un espíritu pulp oscuramente juguetón y ligero. En cambio, aquellas creadas en la década de los sesenta, ofrecen una mayor extensión y complejidad, como “Los Señores de Quarmall” o “Aciago encuentro en Lankhmar”; son novelas cortas con argumentos más sofisticados y caracterizaciones más elaboradas. Las últimas historias, sin embargo, pueden resultar decepcionantes. Las ambientadas en la Isla de la Escarcha, por ejemplo, aunque largas y con cierta complejidad, se antojan más acomodaticias, menos atrevidas en su inventiva que las escritas años antes.
Fafhrd y el Ratonero Gris son, por tanto y junto a Conan el Bárbaro y Elric de Melniboné, parte del triunvirato de clásicos que todo aficionado a la fantasía en su vertiente heroica y especialmente de la espada y brujería, debería conocer. Pero a diferencia del pragmático cimmerio y el atormentado albino, los héroes de Leiber ofrecen al lector una fantasía más exaltada, divertida y surrealista hasta rozar lo alucinatorio.
3 comentarios
Muy interesante, ya estoy deseando leer alguna de sus obras.
¡Gran artículo Mr. Starrover!
Genial el repaso. Manuel no sólo sabe mucho, además se expresa muy adecuadamente. De momento he leído los dos primeros libros y encuentro muy divertidas las aventuras.