“- ¡Ustedes no harán más que repetir la catastrofe socialista!- No juzgues tan a la ligera ese periodo -replico Vlad-. Los países socialistas estaban amenazados por el capitalismo exterior y la corrupción interior, y no hay sistema capaz de sobrevivir a eso. No hay que tirar al bebé socialista con el agua del baño estalinista, o perderemos muchos conceptos que necesitamos. La Tierra está en manos del poder que derrotó al socialismo, y ese poder es una jerarquía irracional y destructiva. ¿Cómo podemos tratar con él sin que nos aplaste? Tenemos que buscar la solución donde sea, incluso en los sistemas que el presente orden de cosas derrotó”
Kim Stanley Robinson, Marte Verde.
Hay figuras históricas que no plantean aparentemente incomodidades ante su nombre. Por ejempo, Winston Churchill es una figura habitualmente citada con admiración -hace pocos días de este artículo por la política española Rosa Díez-, porque se suele desconocer, o se obvia, que es una persona que defendió la posibilidad de gasear a los indígenas en las colonias británicas. Por contra, Marx es, habitualmente, visto con desconfianza a día de hoy. Es posible que la mayoría de la gente al oír su nombre, evoque desfiles militares de la Unión Soviética, Gulags, tanques en Praga o cosas peores. De hecho, esta es en gran medida una imagen construida por el aparato ideológico de los dos bloques principales de la Guerra Fría. Los soviéticos trataron de propugnar ser los únicos y verdaderos herederos de Marx, mientras que los teóricos del bloque occidental, al unir su nombre ineludiblemente al de la política rusa de aquellos años, han contribuido a desprestigiar su obra como válida como elemento alternativo del sistema imperante.
En realidad, hay muchos tópicos falsos alrededor del autor alemán. Por ejemplo, fallecido en 1883, nunca conoció la Unión Soviética, de cuyos orígenes le separaron prácticamente 35 años. Ni siquiera fue el inventor del comunismo, como se piensa generalmente, pues era un movimiento que ya había nacido cuando Marx se adscribió a él. Por otro lado, hay dos ámbitos fundamentales en su obra, la de teoría política y la de investigador social, las cuales, aunque están relacionadas en su obra -y desde algunos ámbitos ideológicos se buscan unir indisolublemente-, constituyen elementos diferenciados que han dejado un legado teórico separado. Así, el primero tiene como núcleo la lucha de clases y el advenimiento del comunismo como sistema político, mientras que el segundo trata de describir el funcionamiento de la sociedad sirviéndose fundamentalmente del instrumento de análisis con el nombre, como ya señalábamos, de materialismo histórico -término que es el que se ha asentado, aunque él no lo bautizó de esta manera-. Dejando de lado en este artículo la primera esfera marxista, la de acción política, me gustaría plantear la siguiente pregunta: ¿es el materialismo histórico una herramienta útil para interpretar la sociedad?
El marco teórico del materialismo histórico se estableció por nuestro escritor, en colaboración con el en general obviado Friedrich Engels, en dos obras principalmente: “La Ideología Alemana” de 1846 y en el prólogo a la “Contribución a la Crítica de la Economía Política” del 1859. Apoyándose en autores previos como, por ejemplo, Feuerbach, llega a la conclusión de que son los medios materiales de la sociedad (actividad económica, sistemas de producción) los que determinan los aspectos ideológicos -también conocidos como “superestructura” de la misma (engranaje político, sistema judicial, incluso los aspectos culturales). En la mencionada obra de 1859, lo expresaba así: “El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia (…) No es la conciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la determina su conciencia”.
Esta herramienta de conocimiento social no parece absurda teniendo en cuenta el mundo que nos rodea. En el mundo denominado equivocadamente “desarrollado”, nos encontramos con una estructura capitalista basada en la producción y demanda masiva de productos elaborados. Estos objetos de consumo, en un gran porcentaje, no son indispensables para la vida, sino que se basan en parámetros de prestigio social los cuales, a su vez, son construidos en gran medida por medios publicitarios y propagandísticos (sólo hay que ver unos cuantos anuncios televisivos o expuestos en las marquesinas urbanas para ser conscientes de ello), lo que es explicado precisamente por el materialismo histórico. Esto no tiene nada que ver con la búsqueda del advenimiento del comunismo o la dictadura del proletariado, es un elemento de investigación político-social -no la única- que parece funcionar. Es por ello por lo que historiadores de enorme prestigio utilizaron o utilizan esta herramienta “marxista” para realizar su trabajo, como los surgidos a la sombra de la revista británica Past and Present (como Eric Hobsbawn o el arqueólogo Gordon Childe, mencionado -en un detalle gracioso- como un defensor de nuevas teorías en la película Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal) o de cierta historiografía en Francia (con autores como Albert Soboul o Pierre Vilar.
En conclusión, gran parte de la obra de Marx es válida como sistema de análisis social; de este modo, su uso no tiene nada que ver per se con la persecución de fines políticos represivos como los que instauró la Unión Soviética, pero a su vez, puede ayudarnos a construir un mundo mejor -como el que se presenta en la “Trilogía Marciana” en la medida en la que nos puede ayudar -junto con otros elementos de análisis social- a encontrar los problemas que afectan al sistema en el que estamos imbuidos y que trata de anular cualquier alternativa.