Marte y la Ciencia ficción

El llamado “planeta rojo” siempre ha acompañado a la humanidad desde que esta tomó conciencia. Nunca hizo falta descubrirlo pues junto a Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno, se puede contemplar desde la Tierra a simple vista. Por otro lado su color rojizo —ahora sabemos que por el óxido de hierro presente en su superficie— que recordaba a la sangre y el fuego, hizo que solo hubiera que dar un pequeño paso para identificarlo con la divinidad de la guerra salvaje. Efectivamente, con el dios Marte o —lo que es lo mismo— la reactualización latina del griego Ares.

Puesta de Sol en Marte. Imagen tomada por el Rover Spirit en 2005

Pese a lo que podamos pensar a priori, Ares no era especialmente querido en Grecia (1) pues a su carácter destructivo se le oponía su hermana Atenea, ésta sí diosa de la guerra justa y racional. De hecho en la Guerra de Troya mítica, Ares se alió en un momento determinado con los troyanos, enfrentados a los griegos aqueos y fue protagonista de una de las más famosas infidelidades divinas, al yacer con Afrodita (Venus), diosa del amor y emparejada con el un tanto voluble Hefesto (Vulcano) (2). El episodio, más allá del interés cultural en una tradición de la que aún conservamos herencias, se ha visto así mismo desde un ámbito antropológico como manifestación del reflejo narrativo de dos de las pulsiones inherentes al ser humano: el amor o vida (Eros, de hecho hijo de la pareja) y la destrucción o muerte (Thanatos).

Afrodita y Ares descubiertos por los dioses (Wtewael 1603 o 1604, Dominio Público)

En la Roma clásica Marte estaba mejor visto, entre otros motivos porque los romanos se consideraban herederos de los troyanos a través de la figura de Eneas, algo que queda de manifiesto con la lectura de la inmortal Eneida. Más allá de que fuera un poco un texto que Virgilio escribió para “hacerle la pelota” —si se me permite la expresión— al jefe, es decir, al emperador Octavio haciéndole partícipe de un linaje divino, es una de las obras maestras de la literatura clásica por virtudes propias. Sea como fuere, la impronta greco-latina, así como de otras tradiciones paganas, ha dejado su huella en nuestra sociedad actual: por ejemplo con marzo como mes de Marte (era en primavera cuando se comenzaban las campañas militares en la antigüedad) o martes como su día, lo que también queda reflejado en otros idiomas (pudiendo ser un caso cercano el martedi italiano) incluso con dioses con los que se le ha visto relación, como Tyr, de donde vendrían el Tuesday en inglés o el Dienstag alemán.

Muy posiblemente todas esas influencias se puedan rastrear también en el aún poderoso legado judeo-cristiano, pues Ares acompañado de sus hijos Deimos (ira, dolor) y Fobos (horror) hacía uso de un carro tirado por cuatro corceles que respiraban fuego y que seguramente encuentren una reminiscencia posterior en los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Ares. Copia romana de un original griego del s.V a.C (Dominio Público)
Las lunas Fobos y Deimos en comparativa de tamaño. Dominio Público.

No es de extrañar que en nuestro querido género de la Ciencia ficción Marte haya sido un planeta del que tradicionalmente han venido peligrosas invasiones bélicas (La guerra de los mundos, Wells, 1898) o presente sociedades guerreras (Una princesa de Marte de Burroughs, originalmente en 1912 con el título Bajo las lunas de Marte, con una magnífica reinterpretación de Alan Moore en su segundo tomo de La liga de los hombres extraordinarios), aunque tal vez también por esa dualidad entre el Eros y el Thanatos haya servido como espacio en el que explorar las interioridades del ser humano, por ejemplo en contraposición entre una hipotética sociedad marciana y otras terrestres, sin obviar las emanaciones políticas de todo ello al ser en definitiva la polis o sociedad el reflejo de los individuos que la habitan (Forastero en tierra extraña por Heinlein en 1961, Crónicas Marcianas por Bradbury en 1950, Tiempo de Marte por K. Dick en 1964, Aelita). Y mencionando esta última novela, casi una invasión “a la inversa”, escrita por Alekséy Tolstói (muy lejano pariente del más famoso León) en 1923 y que cuenta con una excelente traducción reciente, podemos decir que la Unión Soviética tampoco escapó de ver a Marte como origen —al menos posible— de invasiones, como en Второе нашествие марсиан (La segunda invasión marciana, Arkadi y Borís Strugatski, 1968).

Me encanta esta portada porque en Una princesa de Marte: 1. No hay naves espaciales y 2. La princesa no es rubia.
Aelita por Alexéi Tostói. Hay una película homónima por Yakov Protazanov (1924). La relación de Tolstói con la Revolución rusa fue un tanto variable y la película, que cambia algunos aspectos de la trama, acabó siendo vista con poca simpatía por las autoridades.

El aspecto de amenaza frente a una fuerza exterior agresiva también se vio potenciado durante la Guerra fría con un ámbito de profunda desconfianza entre los bloques y un color rojo que ya no solo se podía emparentar al dios de la guerra, sino también con el comunismo soviético que, pese a ser hegemónico en su espectro ideológico, no era el único. Tal vez uno de los ejemplos más representativos sea la película Invasores de Marte (Ameron Menzies, 1953, con un curioso remake a cargo de Tobe Hopper en 1986 para la también un tanto “marciana” Cannon), junto con la versión de 1953 de La guerra de los mundos (Haskin) aunque —todo sea dicho de paso— esta dinámica trascendió a Marte, con el peligro de una invasión alienante que se identificaba con el enemigo normalmente comunista, proveniente también de otros lugares del espacio (La invasión de los ladrones de cuerpos, Siegel, 1956 —aquí también se ha querido ver una crítica al macartismo—, Amo de títeres por Heinlein en 1951).

De la importancia del reflejo cultural de Marte como punto de partida de ataques, es demostración que haya sido un tropo que ha conocido la parodia, siendo tal vez uno de los casos más famosos Mars Attacks! (Burton, 1996, inspirado en unas tarjetas ilustradas de los años 60) pero con otros recomendables casos más desconocidos, como pueden ser El día que llegaron los marcianos (recopilación de historias del —por cierto— durante un tiempo comunista Frederik Pohl) o Marciano, vete a casa por Fredric Brown.

Marciano,vete a casa en la maravillosa colección Biblioteca de Ciencia ficción por Orbis. Aquí también se usó el arquetipo de marcianos como “hombrecillos verdes” que puede rastrearse en el folclore antiguo y que tiene una visión más reciente con todo lo que rodea la iconografía de los “platillos volantes”.
Se te echa de menos, Fred.

Una nueva visión de Marte desde la Ciencia ficción vino de la mano de los descubrimientos científicos. Como comentaba al comienzo de este artículo, Marte siempre ha sido visible, pero sobre todo desde los años 60 del siglo XX nos hemos podido hacer una imagen más acertada de cómo es nuestro planeta vecino, también gracias a la visión de fotografías que lo alejan in situ de una mayor preeminencia del color rojo de lo que cabía esperar con la vista a ojo desnudo desde la Tierra.

Misiones desde varios países han ido mostrándonos unas características marcianas de una forma cada vez más detallada, desde aquellos primeros pasos de la Astronomía con investigadores como Schiaparelli y sus canali que llevaron a alguna confusión. Algunas de las más representativas han sido la soviética Марс-1 (“Marte 1”, 1962 con un vuelo cercano, aunque las comunicaciones se habían interrumpido previamente) o las estadounidenses Mariner 4 (1965, con fotos cercanas de la superficie) o Viking 1 (1976, aterrizaje). Tal vez el caso literario más representativo de Ciencia ficción “dura” (es decir, que busca seguir parámetros científicos realistas) en esta herencia sea la monumental (y muy recomendable) Trilogía marciana por Kim Stanley Robinson (Marte rojo, 1992; Marte verde, 1994; Marte azul, 1996), obra que sin embargo no obvia los aspectos culturales, psicológicos e incluso espirituales de obras previas “marcianas”, pues Stanley Robinson —cuya tesis doctoral se centró, por cierto, en Philip K. Dick— es una persona muy interesada por la política y la ecología, de modo que aprovechando también Marte como inserto en el recurso narrativo de “ámbito de frontera”, típico por ejemplo del Western, aprovecha para debatir de la necesidad de “terraformarnos” —es decir cambiar de valores— como individuos si queremos organizaciones sociales justas y evitar la extinción.

Podría definirse como El señor de los anillos de la Ciencia ficción. En realidad es una obra difícil de leer, más en este mundo actual de consumo rápido, pero con innegables valores que han influido a todo el género.

En el sentido de la Ciencia ficción marciana más científica hubo un punto de inflexión en 1997 con las misiones Mars Global Surveyor y sobre todo con la Mars Pathfinder, que entre otros experimentos, nos permitió observar como digo la superficie marciana con un detalle inédito hasta la fecha, acercándonos con una gran resolución un terreno que puede recordar a muchos lugares de la Tierra. Imágenes del planeta (ya no tan) rojo estuvieron presentes durante bastante tiempo en los informativos del momento, y se desató una especie de Martemanía que intentó aprovechar Hollywood… digamos que con unos resultados no tan eficaces como la Pathfinder. Fue el momento de las irregulares Planeta Rojo (Hoffman, 2000) y Misión a Marte (De Palma, 2000), o de la que para mucha gente fue el canto del cisne fílmico del gran John Carpenter (Fantasmas de Marte, 2001), película por la que yo siento una gran debilidad por considerarla muy divertida y “clásica” dentro del —disculpen la palabra— “Carpenterismo”, pero que a no poca gente horroriza. El año de esta última película también tuvimos una aproximación española con Stranded de María Lidón, película que trató de poner más el foco en los personajes que en el entorno (de nuevo la mirada interior de Marte) y que se basaba en una novela homónima. Pasó bastante desapercibida.Tal vez la obra más redonda llegó en el año 2012 con John Carter, una aproximación al espíritu de Una princesa de Marte de Burroughs bastante ágil y entretenido, pero que supuso una catástrofe de tal magnitud en taquilla que incluso hay monográficos para estudiar los motivos.

En la Desafío Total original de Verhoeven (1990), Marte juega un papel crucial y casi puede considerarse un personaje más de la trama. Muy recomendable por cierto el relato de Dick en el que se basa (Podemos recordarlo por usted… al por mayor). De Planeta Rojo puede bastar decir que la tripulación se va de chupitos en la nave y de Fantasmas de Marte solo diré: “la escena del dedo”. Carpenter puro.

El desastre de John Carter, el cual por cierto obvió las palabras de Marte por considerar el nombre del planeta casi una maldición desde los fracasos fílmicos de los 2000-2001, no se resolvió hasta la llegada de El marciano en el 2015 por Ridley Scott. Esta película también se sustentó en un libro de bella historia editorial: escrito por Andy Weir en 2011, decidió autopublicarlo en su blog tras ser rechazado por unas cuantas editoriales, lo que no impidió que el texto —bien hilado, ágil y documentadísimo, aunque tal vez poco profundo en el tratamiento de los personajes protagonistas— se convirtiera en un gran éxito que llevó a la compra de los derechos por la Twentieth Century Fox. La película también fue bien acogida por crítica y público, acompañada del excelente tratamiento visual de Scott. La maldición fílmica del siglo XXI proveniente de Marte se rompía.

Vaya por Dios. Matt se ha vuelto a perder. Cuidado, si lo encontráis hay un 33 % de probabilidades de que trate de mataros.

Por todo lo expuesto podemos comprobar que, desde nuestros albores como especie, Marte nos ha acompañado en la conformación de nuestro arquetipos culturales, reflejos por sí mismos de nuestra biología y psicología. Desde las narraciones mitológicas con el Dios de la guerra como protagonista, hasta la llegada de la Ciencia ficción como género especular de nuestra naturaleza, plasmando el estadio más actual de nuestro desarrollo tecnológico, pasando por la búsqueda interior hacia nuestra comprensión. De paso con alguna maldición, y eso que no he mencionado a El gran marciano. Ups.

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(1) Pese a que en algunas polis principales, Atenas puede ser un ejemplo, tenía relación con espacios importantes como el Areópago, donde se juzgaban los delitos religiosos.

(2) Podría recomendar alguna obra clásica, pero casi que donde mejor se cuenta el mosqueo de Vulcano al respecto es La caja de Pandora de Superlópez, por Jan (1983).


¿QUIERE SABER MÁS?

—Algunas películas, como Aelita ya son de Dominio Público y por tanto fácilmente rastreables en la red.

—En Podcaliptus hicimos un podcast sobre Marte, también colaboramos con los amigos Retronautas para un programa sobre la Trilogía Marciana y otro sobre las películas de Marte de cambio de siglo (este último llegará pronto). Los Retronautas también hicieron un especial marciano y algún programa específico como El marciano, obra de la que también se ocupó el recomendable podcast Proxima Centauri. Dejamos enlaces:

https://www.ivoox.com/retronautas-92-1-marte-cambio-audios-mp3_rf_109128253_1.html

https://www.ivoox.com/podcaliptus-3-x-15-especial-planeta-marte-mitologia-audios-mp3_rf_18431854_1.html

https://www.ivoox.com/retronautas-24-marte-la-audios-mp3_rf_3917746_1.html

https://www.ivoox.com/proxima-centauri-nx-11-the-martian-sr-deckard-audios-mp3_rf_104454938_1.html

Autor del artículo

Víctor Deckard

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