Homenaje a Félix García

Portada del folleto sobre la exposición retrospectiva de la obra de Félix García.

El pasado 25 de noviembre pudimos rendir su merecido homenaje póstumo a nuestro amigo Félix García, en su pueblo, Épila. El homenaje fue un precioso acto, organizado por el CAL (Colectivo de Artistas Locales de Valdejalón) y patrocinado por la Villa de Épila y en el que participaron diferentes colectivos relacionados con la vida y actividad de Félix García. Se celebró en una Aula Magna a rebosar del Palacio Multiusos, cargado de emoción, lleno de sentimiento y colmado de recuerdos. 

Félix, aparte de un gran amigo, era un humanista con tres grandes pasiones: su familia, la enseñanza y, como no, la pintura. Desde el punto de vista cultural, era activo, dinamizador, y con una mente siempre dispuesta a organizar y promover el arte y la cultura en cualquiera de sus facetas. Sobre todo en su pueblo y en su comarca, pues para Félix la promoción y activación de la cultura en las zonas rurales, era tan necesaria como en las grandes ciudades. Y lo hacía sin estridencias, sin alardes y sin afán de protagonismo, quizá por ello tenía ese carisma tan extraordinario allá por donde se movía. 

Como maestro de escuela, dejó una huella imborrable, tanto en sus compañeros, como en sus alumnos. En la enseñanza era un arduo defensor de lo lúdico y lo creativo, como queriendo huir, escapar, de convencionalismos, al objeto de que sus alumnos adquirieran el mayor grado de personalidad e iniciativa propia. Por ello sus alumnos lo adoraban. Si entramos en cualquiera de los colegios donde estuvo como profesor, encontraremos su impronta artística e interactiva, realizada, bajo su tutela, con y para sus alumnos. 

Como pintor, sus choperas o sus rincones favoritos, sin marginación de claroscuros y contraluces, nos advierten de la importancia de la luz en sus cuadros de mágica veladura. Interiores de reflexión y mensaje oculto; fachadas de viviendas vacías de vida, que solo albergan la ausencia de obreros de alpargata blanca y sudor; chimeneas infinitas que se proyectan hacia el cielo impregnadas de un hollín fosilizado y dulzón; verjas pintadas con ese  irremediable óxido que solo deja el paso del tiempo; o ese río: el Jalón, cercano, persistente, a veces bravo, otras quedo. Ese río que jalona tu pueblo, Félix, y tu  infancia. El de tu ausencia y tu retorno, como el hijo pródigo en un viaje de ida y vuelta. Esa Ítaca homérica y personal en una Ilíada constante. Qué es la vida sino un viaje de ida y vuelta. “Cuando te encuentres de camino a Ítaca, desea que sea largo el camino, lleno de aventuras, lleno de conocimientos” como dijo Cavafis. Y ver sus campos, su vida,  sus escuelas con sus aulas-jaulas y sus pajarillos dentro, para llegar tú y abrirles, sin rigideces pedagógicas, la portezuela al mundo exterior, al conocimiento de lo tangible. 

Decía Gette que observar un cuadro es comenzar un viaje con posibilidades infinitas. El arte es un producto de la sensibilidad dirigido a sensibilidades. Pero la sensibilidad de Félix en sus cuadros está formada y educada. Nada es camaleónico. Nada es estridente en la obra pictórica de Félix. Su aparente sosiego de maestro de escuela modela sus gestos y sus movimientos en la pincelada, emanados de ir por la vida con el receptor encendido, como un auténtico Juan de Mairena, alter ego de Machado: “Ayudadme a comprender lo que os digo, y os lo explicaré más despacio” y así poder compartirlo con quien lo desee, ofreciendo sinceros retazos pintados de su vida, de su camino de ida y vuelta. Así era y “es” Félix. Y lo que “Es” es. Pues qué duda cabe que su recuerdo a través de su obra, de sus acciones, de su impronta como maestro, como amigo inolvidable, como padre y esposo, es una idea, un concepto de atemporalidad. Por ello en nuestras Ítacas personales, en nuestra Odiseas de ida y vuelta, Félix siempre estará en nuestro recuerdo. 

Macue.

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